ESCRITURA CREATIVA FORUM OTOÑO 2024
Hola, queridos compañer@s. Como en la entrada "Primavera 2023" ya llevamos publicados 133 textos, he creado esta nueva "Otoño 2024" para facilitar la publicación. Así que a ver quien la inaugura... Animo, inspiración y a disfrutar de la delicia de escribir y ser leídos.
OS BERBERECHOS DO VENTO
ResponderEliminarOs berberechos brincaban o amencer do areal, mentras o vento zoando faciaos rebulir nos fochancos do bancal
O vento asubiaballes cantarelas e alalás , e os berberechos arrolabanse deixandose enfeitizar .
Ay! noso ventiño mareiro ,nunca deixes de zoar ,lévanos lonxe ,moi lonxe ,deste escuro lodeiral
O vento escoitaba os bivalvos e queríaos axudar.
Baixou con forza e ruxindo, levounos a navegar e unha onda envolveunos e puxeronse a brincar.
Os berberechos co vento na escuma das ondas, nas rompentes do mar
Pilar Septembro 2024
Este texto anterior es el que, con mucho amor, ha escrito Pilar, correspondiente al tema de esta semana. Disfrutadlo.
ResponderEliminarSandra 4 de Octubre de 2024
ResponderEliminarNOSTALGIA
Hoy es domingo y el viento arrecia con fuerza. Quizá por eso, en ese duermevela que precede al despertar, me pareció por un momento que volvía a estar en casa de mis padres, en la playa. La sensación fue tan real que incluso creí oler el sofrito de la paella de mi madre.
Mi madre hacía una paella todos los domingos. No siempre la hacía del mismo modo, algunas veces utilizaba pollo o conejo, otras, las menos, mejillones o berberechos. Estos últimos los reservaba normalmente para ocasiones especiales, como nuestros cumpleaños. Mi hermana y yo nos peleábamos por ver quien tenía más conchas en el plato, las vaciábamos sin dejar ni un grano de arroz en su interior y las íbamos amontonando en una esquina mientras comíamos. Cuando terminábamos, mi madre recogía los platos y ponía nuestras conchas en un balde con agua y jabón para lavarlas bien, las secaba con un paño fino y las disponía en la mesa de la cocina encima de un hule viejo y gastado. Y ahí empezaba la magia. Sacaba pinturas de todos los colores imaginables, pinceles y purpurinas, y permitía que nuestra imaginación volase. Pintábamos las conchas con cuidado, con mimo, y esperábamos impacientes a que se secasen. Entonces mi madre, con mucha paciencia, agujereaba cada concha cuidadosamente y las unía con hilos que sacaba de su caja de costura, logrando que unas simples conchas se convirtieran en piezas únicas.
Mi hermana y yo corríamos a nuestra habitación y las colgábamos en un pequeño gancho que nuestro padre había colocado al lado de la ventana, la cual abríamos de par en par para permitir que el viento salado las moviese a su antojo, mirando durante horas como chocaban entre sí, produciendo un sonido rítmico, constante.
No sé por qué precisamente hoy me ha invadido ese recuerdo. Mi madre ya no está, la casa de la playa tampoco y ya no hay paellas los domingos. De todo aquello sólo una cosa permanece inalterable. En el techo de mi habitación, justo al lado de ventana, en un gancho muy similar al de mi padre, siguen colgadas las conchas coloreadas de los berberechos que en días como hoy, se mecen con fuerza movidas por el viento del norte.
Sandra
Y este otro es el de Sandra, que he pasado a esta entrada correspondiente a esta temporada.
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ResponderEliminarAnónimo6 de octubre de 2024, 21:39
ResponderEliminarEl berberecho y el viento
( un pacto secreto)
Aquella mañana el día amaneció entristecido. La inquietante neblina pronosticaba un día perdido en el bullicioso verano.
Con toda seguridad iba a llover. Siempre que hacía ese viento acababa lloviendo.
Empecé a resignarme al ver que no podría luchar contra él.
Así pasó un tiempo hasta que de pronto ocurrió algo inesperado: el viento comenzó a amainar. Fue arrastrando con él todas aquellas nubes que habían estado oscureciendo la mañana.
- De repente todo cambió -
Salió el sol
Y casi sin darme cuenta me vi transportada a nuestra familiar playa de todos los días.
Normalmente, a eso del mediodía, solía aparecer una señora con un balde de color amarillo repleto de berberechos. A veces incluso se desbordaban.
Pero esa vez tardaba. No aparecía.
Estábamos a punto de irnos cuando yo empecé a vislumbrar, a lo lejos, el balde amarillo que se iba acercando
! Mamá, los berberechos !
Sin embargo a medida que se acercaba nos fuimos dando cuenta de que no era la figura de la señora.
En su lugar apareció un chico joven, sonriente.
- Hola ! no viene hoy la señora ?
No, tuvo que ir a la Cofradía a arreglar unos papeles.
Es mi madre, la sra. Remedios.
Me retrase porque tuve que ayudarle a recogerlos. Hoy no está lleno.
En realidad no iba a venir.
- No importa -
( Ahora me alegro...)
( ,,, Y yo. )
" Gracias "
Gracias...
Juan, me llamo Juan
MARIA ELENA
Allí estaba yo, tirada en el sofá de mi apartamento, enfadada, agotada y hastiada, hasta tal punto de no desear
ResponderEliminarni hablar ni ver a nadie. ¡Este trabajo va a acabar conmigo! Odiaba todo lo que hacía en él, ese stress constante
que me producía el no poder parar ni un minuto, siempre atendiendo a gente que requería insistentemente mi
atención, colocados en una fila interminable que no decrecía nunca por más que yo los fuera recibiendo. Y que
decir del teléfono, sonando constantemente y al descolgar, casi siempre respondiéndome aquella mujer, la
conserje que con su aguda voz en grito no cesaba de comunicarme todas cuantas entradas, salidas e incidencias
varias que tenían lugar en todo el edificio.
Recorrí con mis ojos el entorno, nunca había percibido como hoy lo oscura y opresora que resultaba mi pequeña
vivienda en la que además resonaba, como en ningún otro lugar, ese rugido inquietante de la gran urbe.
¡Tengo que marcharme de aquí! pero sola, que nadie me hable de esos viajecitos que solemos organizar los
mismos de siempre. No estoy para nadie. Ayer me llamó mi hermano, por lo visto la casita que alquiló en la
ría es una maravilla de tranquilidad y además muy amplia y me sugirió que podría ir, que hay mucho sitio.
Decidido, para allá me voy.
Llevo aquí un par de días, el entorno es de una belleza salvaje y apacible a la vez, donde el verde de la
vegetación se acerca de tal modo al azul del mar que forma una casi mágica conexión, muy cerca hay una
pequeña y solitaria playa. Pero la vida en la casa, fatal, mi cuñada debe de pensar que vine aquí para cuidar de
los niños, que por cierto, son insoportables. Solo encuentro la paz cuando bajo hasta el mar, escapándome
temprano, antes de que me atrapen… Disponemos además de unas piraguas con las que me gusta mucho
costear y hoy es un día hermoso, ya se nota el calor a estas horas tan tempranas, pero queda aliviado por una
suave brisa que se agradece. Decido coger una de ellas y como tengo tiempo, remar hasta un pequeño islote
que se divisa y al que ya llevo días queriendo ir.
¡Que delicia! Evoco mi infancia, reconozco las antiguas sensaciones, mi piel agradecida por el calor directo
sobre ella, la luz intensa de ese sol, el olor a mar y a berberechos, siempre los asocio, mi madre hasta llevaba
un limón en la bolsa de la playa….
Este islote es fantástico, un peñón rocoso rodeado por un fino y blanco arenal, lo rodeo disfrutando con todos
ResponderEliminarmis sentidos de la ansiada soledad. Por fin extiendo la toalla y me tumbo satisfecha, acaricio la arena con mi
mano y distraídamente escarbo suavemente en ella que se torna húmeda, mis dedos tropiezan con algo duro
que extraigo sin dificultad, las habilidades de la infancia difícilmente se olvidan, ¡es un enorme berberecho!
Observo la arena, ahora de un tono grisáceo, y sigo removiéndola con codicia, los voy colocando sobre mi
camiseta, ¡no venía yo preparada para esto! Tengo la improvisada bolsa a rebosar, estoy feliz.
Siento una sensación de frío que recorre mi espalda y me estremezco, me doy cuenta de que unas oscuras nubes
ocultan el sol y la suave brisa se va transformando en un viento que comienza a arreciar.
Voy a por mi toalla para abrigarme, pero ¡ha desaparecido!, la marea está subiendo con rapidez y apenas queda
ya nada del arenal. El viento me empuja con una fuerza fría y envolvente y voy subiendo como puedo a la
cima de la roca, donde por suerte hay una pequeña hondonada donde me refugio. El mar está picado y estoy
totalmente rodeada por el agua que se encharca ya en el lugar donde me encuentro, la costa ni se divisa y de la
piragua ni rastro. Sigo allá arriba agazapada y totalmente superada por la situación.
No sé cuanto tiempo pasó, pero me pareció una eternidad, esforzándome por no perder aquel pequeño apoyo
en el que me encontraba y tiritando en medio del mar. Hasta que por fin, vi aparecer entre las olas a una lancha
de salvamento que se acercó.
Le pasé, lo primero, la bolsa de berberechos y a continuación me subí.
Solo deciros que esta aventura con final feliz, consiguió compensármelo todo y además me decidió a dejar mi
horrible trabajo, aunque todavía este pagando la multa por furtivismo.
DOS HISTORIAS DE MOLUSCOS Y VIENTO
ResponderEliminar-1ª historia-
A veces el viento, ese impenitente viajero, visitaba nuestra playa. Entonces jugábamos. En colaboración con las olas, arrastrando sus infinitos granos, nos liberaba de nuestro encierro, y nos hacía rodar sobre la arena dorada en jubiloso vaivén, persiguiendo alguna que otra estrella de mar o medusa. Cuando, retirándose, la bajamar interrumpía nuestro lúdico vals, agotados pero felices, yacíamos bajo el sol con las estrías de los costillares de nuestro caparazón absolutamente impolutas, sin un solo grano de arena. Entonces, el viento antes de proseguir su interminable viaje nos hablaba, melancólico, de su “pena ancestral de volar” y tañendo las cuerdas de su arpa de isobaras e isotermas nos cantaba coplas siempre inacabadas que traía de lugares lejanos, salpicadas de lágrimas de lluvia, porque en su presuroso pasar de nómada eterno jamás conseguía aprenderlas completas. Tras el melancólico concierto, ni la animosa ovación de los clap-clap de nuestras valvas conseguía ahuyentar la tristeza del eterno trotamundos, que decía envidiar nuestra vida sedentaria contemplando serenos, siempre desde el mismo lugar, el paso de las estaciones, mecidos por las mareas obedientes a las fases de la luna.
Cuando se fue, el ejemplar más voluminoso de la playa, el viejo Sócrates, superviviente de siete campañas marisqueras, sifoneando un irritado chorrillo de agua de entre sus venerables conchas, exclamó: “¿De qué se quejará este bergante, este bienaventurado turista, que se va tan ricamente a recorrer mundo sin considerar que nosotros, tan afortunados según él, tal vez mañana acabemos en manos de habilidosos chefs para ser cocinados al vapor, en una rica paella o una aromática empanada?”. Un ominoso silencio, solo turbado por el suave murmullo de la resaca, siguió a sus palabras, mientras cada uno de nosotros, amedrentados, íbamos sumergiéndonos presurosos en lo más profundo de nuestro lecho de arena.
Al día siguiente, las empleadas de la limpieza encontraron la superficie de los pupitres del taller de escritura cubierta de dorados granos de arena y conchas vacías. Fuera, tras los cristales, el viento silbaba fragmentarias coplas traídas del otro lado del mar.
-2ª historia-
ResponderEliminarEl viento nordeste produce aventados, seres rayanos en la locura. El nuestro era un obseso de la Venus de Botticelli que había sido expulsado de varias escuelas de pintura. Cuando soplaba este viento, alimentándose de almejas, berberechos, navajas y otros moluscos crudos que abría diestramente valiéndose de un punzón y una navaja barbera que llevaba en el bolsillo, caminaba días y noches por la playa, esperando inútilmente la llegada de la diosa de cuerpo de nácar cabalgando las olas sobre su concha marina. Un atardecer, cuando yacía descansando entre unas rocas renegando del mar, del cielo, del viento y de todos los dioses del olimpo, la vio venir: el mismo sedoso y llameante cabello, los mismos ojos soñadores, ensimismados, los mismos delicados pies que parecían caminar sobre el agua. ¡Pero no, por las furias del infierno que no! El chubasquero que cubría su cuerpo y la lagrima, una sola lagrima que corría por una de sus mejillas, no eran las de una diosa, sino de una mujer de carne y hueso. “Si esta no es mi Venus, tendré que fabricarme una” pensó. Entonces, cuando la mujer, absorta, sin reparar en su presencia pasó ante él, abalanzándose sobre ella, le clavó el afilado punzón en la nuca. Un golpe preciso. La punta de acero incidió en algún punto vital de la base del cerebro y sin apenas efusión de sangre, la muerte fue instantánea, aparentemente indolora. Arrastró el cuerpo inerte al abrigo de las rocas, lo desnudó y tras depositarlo con devoción sobre un lecho de cascaras de moluscos que había preparado minuciosamente, con sus ojos febriles de aventado contempló su obra. Insatisfecho, emitió un gruñido. Le sobraba algo. Con la navaja de afeitar rasuró el vello púbico y coloco con delicadeza en su lugar la concha más grande que encontró en la arena. Luego miró a los ojos de la mujer. No encontró en ellos la dulce mirada absorta de la diosa sino el oscuro abismo, lleno de preguntas, de la muerte. “No es ella. Tendré que ir a buscarla más lejos” Y con un alarido, se precipitó en el mar y nadó rumbo al sol poniente en busca de su ideal.
Las olas y el viento del amanecer devolvieron el cuerpo del ahogado y lo depositaron delicadamente junto al cadáver de su diosa fallida.
Al día siguiente, las empleadas de la limpieza encontraron sobre un pupitre del taller de escritura un punzón, una gran concha de berberecho, una navaja de afeitar y unos rizos de vello púbico. Fuera, tras los cristales, el viento nordeste entonaba viejos madrigales de la Toscana.
Eolo señor de los vientos
ResponderEliminarCuando Iria despierta se resiste a abrir los ojos. El sonido del agua cayendo implacable al otro lado de la ventana inunda el presente. Es el quinto amanecer. Las pesadas nubes permanecen estáticas sobre ellos sin ofrecer la más mínima tregua a la tierra ribereña. Un diluvio amenaza con ahogarles en lo más preciado: el sustento. Arropada por la tibieza de las sábanas, Iria puede escuchar a su madre trajinando en la cocina entre suspiros de impotencia. Todo el trabajo de ella y sus compañeras mariscadoras va a ser en vano. La inexorable lluvia dulce terminará matando la siembra de berberechos. Como si se tratara de una maldición añadida, este aguacero, continuo, torrencial, está a punto de desbordar la balsa de aguas contaminadas de la mina situada monte arriba. Un vertido letal que envenena la naturaleza y desemboca en la ría
La mente adormecida de Iria se estremece ante una visión repentina. Revive en su memoria una ilustración de la versión infantil de la Odisea de Homero leída en clase: Eolo soplando poderoso desencadena la furia del viento. Él es capaz de hacer llegar a buen puerto los barcos o hundirlos en las tempestades. Si Odiseo había conseguido la ayuda de Eolo, el señor de los vientos, por qué ella no podía obtener un pequeño gran favor ¡Qué fácil le resultaría usar su poderoso hálito para despejar los cielos, salvar a los berberechos y desecar la infecta balsa! Le fascina la ocurrencia. Se decide. Salta de la cama excitada, se viste presurosa, se calza las botas de agua y se ajusta el chubasquero amarillo a trompicones. Sale de la casa conteniendo el aliento. Se abre paso bajo la espesa lluvia que golpea sin piedad. Avanza resuelta, con los ojos bien abiertos anegados de agua. Enfila el sendero que conduce a lo más alto del monte, a la roca de los petroglifos. El lugar exacto para invocar el poder de Eolo ¡Quién mejor que un dios mitológico para acabar con una amenaza que parece eterna!
Rafaela
Hola compañeros, gracias por compartir vuestros textos y por dejar que volvamos a disfrutarlos despacio.
ResponderEliminarVENDAVAL
ResponderEliminarEl día se estrenaba en la ría de Noia con un cielo cubierto de livianas nubes color melocotón enmarcando un huidizo sol de otoño.
Carmen llevaba ya una hora sumergida en las gélidas aguas que tras más de treinta años de oficio estaban acabando con sus huesos. El frío que sentía no era nuevo, pero aun así era intenso y ni el arduo trabajo con el rastrillo conseguía que su cuerpo entrase en calor.
La labor había cambiado mucho desde que comenzó a mariscar. Se habían organizado formando una cofradía y ahora los berberechos se sembraban y cultivaban como si de un campo se tratara e incluso se protegían del furtivismo hasta con arcabuces, si era necesario.
La faena había comenzado con buen tiempo, de momento. Era vital para ella que no se torciera, no podría soportar otra campaña como las anteriores en las que las intensas lluvias habían obligado a abrir las compuertas de la presa del Tambre causando así la muerte de gran parte de la cría y llevándose por delante su pasado de trabajo y su futuro lleno de planes que no crecerían.
Como un mal augurio percibió una cálida y húmeda brisa que sabía que alejaría el seco y frío aire. Temió la llegada del maldito viento del sur, el vendaval, portando su ejército de negras nubes cargadas de agua dulce para amargar su existencia.
Y así fue, las predicciones meteorológicas se cumplieron, el siguiente amanecer se presentó monocolor. Al llegar a la playa observó que llovía de lado, en horizontal, fenómeno característico de la zona. Comenzó a rastrillar, pero cuando sintió que hasta su alma estaba calada decidió escoger los mejores bivalvos los apartó y se los llevó a casa para preparar una deliciosa empanada de berberechos que sirviera como escudo al viento que había asolado su ánimo.
Consuelo.
Como cada venres e, máis ou menos puntual, arredor das 10 da mañá, alertaba da súa chegada facendo soar a sirena da súa furgoneta.
ResponderEliminarAínda que nun dos seus laterais, unhas letras negras luxadas polo tempo, quixesen desvelar a súa posible identidade: “Pescados e mariscos de Chinto da Arousa”, nós sempre lle chamamos “O home do peixe”.
Daquela furgoneta, nun principio, de cor branca e xa algo mancada polos anos, baixaba sempre un home, duns 50 anos, cun sorriso case permanente nos seus beizos. Falaba moito e moi á présa, e barullaba tanto coas palabras que ás veces era difícil entender o que dicía, e máis aínda con aquel pitillo que apreixaba entre os seus beizos e que nunca lle caía da boca. Eu admiraba aquela habilidade que nunca fun capaz de imitar.
Despois duns minutos, e coa intención de convocar á posíbel clientela, podíamos escoitar aquel son profundo, máxico, extraño e cheo de misterio. Era o son do mar, dun mar telúrico e descoñecido naquel tempo para a maioría de nós que el traía nas súas mans escuras, curtidas polo sol e cun cheiro forte a sal. Porque aquelas mans arrolaban unha fermosa buguina, que levaba á boca para facer soar o son do vento e o berro do fondo do mar que traía cada venres á aldea para enchela co arume da auga salgada.
E despois de escoitar aquel bruar, comezaba o ritual, sempre o mesmo. Unha salmodia que case sempre dicía así: "Sardiñas, xirelos, xardas, bertorellas, meigas, luras…", e volteando a cabeza cara o interior do vehículo, engadía "e algunha que outra lubina".
Mais ese venres, un cheiro diferente semellaba viaxar escondido entre aquelas caixas cheas de peixe cuberto de xeo, e alertaba de que dentro había algo novo e diferente. E a man experta e áxil do home do peixe comezou a bulir entre elas na procura dunha presa e, como se dun trofeo se tratase, ergueu na súa man unha malla de cor marela da que penduraba unha pequena etiqueta…
Antes de que puideramos ler, escoitamos: "E hoxe… traio algo especial. Veñen dereitiños da ría". E con eles na man, proclamaba: “berberechos, cheos do sabor e do arrecendo do mar, e, de seguido, proseguía como nunha letanía "Botar en auga fría, ferver cunhas follas de loureiro e vía!!!"
Para quen nunca vira aquelas pedriñas bulideiras que loitaban por liberarse da prisión daquela rede aínda quedaban nos ollos a curiosidade e o asombro tal vez dunha pregunta que non se fixo, pero que o home axiña desvelou con voz forte e cantaruxeira:
”Traen o arume, o sal e o vento do noso mar"
O noso mar, repetía eu, ese mar que moitos de nós aínda non coñeciamos…
Cando chegou a hora de marchar, o home do peixe fixo soar de novo a súa buguina e, co vento que provocaba o canto daquela sutil caracola mariña, foise de novo.
Aquel día deixounos unha palabra nova, descoñecida, comestible e chea de sons suxerentes e fermosos, que se sucedían mentres tentabamos deletreala paseniñamente en voz baixa, de todas as maneiras posíbeis:
"Ber ber echos,
ber be re chos,
berberechos"
E soaba como a música. Tal vez a música do mar…
Bego, 5 de outubro de 2024
ALMAS GEMELAS
ResponderEliminarEra una niña solitaria. Estaba sentada en el suelo, alejada de los demás, concentrada en lo que estaba haciendo. Con la punta de la lengua asomando entre sus dientes mientras apilaba una piedra tras otra, intentado que la torre que estaba construyendo no se derrumbara.
Llevaba un rato así, cuando por el rabillo del ojo vio que alguien se acercaba.
- Hola – dijo una voz infantil - ¿qué haces?
La niña no levantó la mirada.
- Una torre – contestó sin desviar su atención de la construcción que tenía delante.
- Me gusta tu torre, ¿cómo te llamas?
No quería decirlo. Cada vez que lo decía tenía que dar un montón de explicaciones. Pero a esa niña le había gustado su torre, así que…
- Me llamo Verde – dijo como si fuera la cosa más normal del mundo.
La otra niña se quedó callada por un momento.
- Pero no puedes llamarte Verde, eso es un color, no un nombre…
- Bueno, también es un color el Rosa y mi tia se llama así – dijo encogiéndose de hombros.
- Ya, pero Rosa también es una flor y una flor sí puede ser un nombre. Yo tengo una amiga que se llama Margarita.
- Pues si se puede poner el nombre de una flor a una persona, no sé por qué no va a poder ponerse el nombre de un color…
La otra niña se quedó callada un rato.
- ¿Y vas vestida así por tu nombre?
Verde bajó la cabeza y observó lo que llevaba puesto. Las botas, los pantalones y el jersey eran verdes, incluso el lazo que llevaba en el pelo era del mismo color. Ahora que lo pensaba, no había ningún otro color en su armario. Desde muy pequeña había aprendido a diferenciar las diferentes tonalidades y a distinguir los pequeños matices: verde lima, verde menta, verde pistacho, verde militar, verde que te quiero verde, como le decía su abuela cada vez que la veía…
- Pues no lo sé, la verdad, supongo que sí.
- ¿Y por qué te pusieron ese nombre? – a estas alturas de la conversación, la torre había quedado en segundo plano - ¿Por tus ojos?
Efectivamente, Verde tenía los ojos como su nombre, unos ojos grandes color aceituna que en su cara menuda, todavía destacaban más.
Verde se quedó mirando a la niña que le hacía tantas preguntas sin saber muy bien que decir. En realidad no sabía por qué la habían llamado así.
- Y tú, ¿cómo te llamas? Todavía no me lo has dicho.
- Me llamo Esperanza. Mi padre me dijo que me llamaron así porque estuve muy malita cuando nací y la esperanza es lo último que se pierde, aunque no entiendo muy bien lo que quiere decir eso – mientras lo decía daba golpecitos a una piedra con la punta de su zapato.
Verde se quedó pensativa un momento.
- ¿Pues sabes cuál es el color de la esperanza?
La niña levantó la cabeza sorprendida.
- No, ¿cuál es? –preguntó curiosa.
- El verde.
Aviso a navegantes: Este texto titulado "Almas gemelas" es de Sandra.
EliminarROJO
ResponderEliminarDe niño, observe que los mayores, en ocasiones, acercaban sus rostros y hablaban en voz baja, incluso tapándose la boca con una mano. Si yo me quedaba mirando, enseguida lo advertían, miraban hacia mi y cesaban en su misteriosa charla.
Pensé que comentaban cosas que no querían que yo escuchase. Como si fueran conversaciones demasiado importantes para que las oyese un niño. Aquella idea despertó mi curiosidad infantil y me dedique a espiar procurando que no se me notara.
En poco tiempo me hice todo un experto y así supe que el novio de Isabelita estaba casado y tenia dos hijos. Lo contó Doña Clara en la tienda de ultramarinos, con todo tipo de detalles. Yo, de espaldas, miraba distraídamente un tebeo del guerrero del antifaz con cara de estar muy interesado en el mismo.
Naturalmente, había cosas que no acababa de entender bien, como cuando, de nuevo Doña Clara, fuente inagotable de noticias, informó que Justo, el marido de la portera del once, había cogido unas purgaciones, a saber donde habrá andado ese, se comentó. Tardé años en saber que significaba todo aquello.
Pero, el comentario que más me impacto fue saber, que según todo el vecindario mi abuelo era rojo. Yo a mi abuelo, lo veía normal. Bueno, por las mañanas, después de afeitarse, si que tenia la cara algo mas colorada, pero luego era como los demás. Pronto lo olvide, hasta que supe que los amigos de mi abuelo, aquellos que venían a casa algunos días a jugar cartas, también eran rojos. Yo pasaba tardes enteras escuchando sus envido, pares si, juego no. Nunca descubrí el más mínimo atisbo de coloración en ellos.
Cansado y cada vez más confundido, decidí preguntarle directamente. Después de una larga y confusa divagación sobre si yo, a mi edad, estaba o no capacitado para entender aquel enigma, decidió que tras tanto esfuerzo merecía saberlo.
Verás, me dijo, yo soy ateo, republicano y de izquierdas. A eso, en esta dictadura de mierda le llaman ser un rojo. Por cierto, dice Doña Clara que dejes de cotillear, que el truco del tebeo esta muy visto.
Esperanza
ResponderEliminarEsperanza está sentada en el sillón orejero frente al ventanal. Su cuerpo semeja una decrépita estatua. La mirada permanece indiferente ante el paisaje urbano que muestra la fachada de un edificio coronado por juguetonas nubes dejando entrever a su paso azules retazos de cielo. En un gesto inconsciente gira la cabeza, su mente senil centellea de emoción ante el intenso color morado de la tela doblada sobre la mesa. —¡Madre! — los labios vocalizan la palabra en una sonrisa. Una certeza se abre paso entre las tinieblas: “El hábito morado de Nuestro Padre Jesús. Madre ha hecho la promesa de vestirlo en invierno y en verano, haga frío o calor. El Señor tiene que curar a padre, está tan malito… no puede trabajar. Me asusta la iglesia, me agarro a la cálida mano de mi madre. El cura murmura unos latinajos mientras bendice, con la señal de la cruz, el rústico retal de tela morada, el escapulario con el sagrado corazón bordado en rojo y el cordón amarillo con borlas danzarinas que ceñirá durante años su esbelto talle.”
Esperanza se sobresalta, se le hace tarde, debe preparar la comida, entra en la cocina —¿Qué venía a hacer yo aquí? —No sabe. Está desorientada. Sé da la vuelta. Regresa al salón. Ve de nuevo la destellante tela púrpura. Ahora ya sabe. Tiene que coser el hábito de madre. Coge el costurero. Con manos temblorosas inicia la tarea: corta, sujeta con alfileres, hilvana y remata despacio con primorosas puntadas. Termina la labor, la deja sobre la mesa, regresa al sillón. Una joven irrumpe en la habitación: —¡Hola, yaya! vengo a recoger la bandera para la mani, es hoy, 8 de marzo, el día de la mujer trabajadora, pero… ¡qué has hecho abuela! — Esperanza mira a la joven sin reconocerla, “¿por qué le habla en ese tono?” No entiende. Las lágrimas se deslizan por su rostro. La nieta la observa y comprende sin saber el qué. No importa. Coge la bandera, se la mete por la cabeza, la recoloca sobre la ropa y exclama: — ¡Preciosa, yaya, ha quedado preciosa! — se acerca a ella, le sostiene las mejillas entre sus manos y le da un beso en la frente. La anciana esboza una mueca que quiere ser una sonrisa.
Rafaela
AZUL
ResponderEliminarEra medio día y en la clase de la Señorita Pili los niños revoleteaban por el aula con total excitación porque sabían que lo próximo que tocaba era el juego de la ruleta. Los niños de infantil sabían lo que tenían que hacer con la simple instrucción de… ¡son las doce, hora de ruleta!
Velozmente se sentaban en círculo empujándose a ver quién se sentaba cerca de la profe. Unos eran más hábiles que otros y casi siempre eran los mismos los que lograban tan ansiada posición.
Les chiflaba ese juego y todos los miércoles tocaba. Cada semana la temática era diferente y esa incertidumbre a los peques les encantaba.
A Pedro le gustaba cuando tocaba animales, eran sus favoritos. Poco le importaba que fueran de granja o salvajes, él se los sabía casi todos. Era una mini enciclopedia.
A Miguel y a Bea también le gustaban, pero no tanto como a Pedro. Los preferidos de Miguel eran los insectos y los de Bea los peluditos, como ella los llamaba, no discriminaba con tal de que tuvieran pelo.
La clase no era muy numerosa y había para todos los gustos, cada niño tenía su predilección. Todos disfrutaban enormemente jugando a las diferentes opciones que la Señorita Pili les ofrecía semana tras semana. Todos menos una, la pequeña Isabel, que, aunque no parecía divertirse como los demás, en el fondo le gustaba.
Isabel era una niña diferente. Mostraba poca emoción en las variadas actividades que realizaban a lo largo de la jornada. No hablaba nunca, ni con mayores ni con pequeños. Su mueca era casi siempre la de seriedad y apartaba la vista si se dirigían a ella directamente. A estas alturas del curso se había integrado un poquito, porque al principio sólo observaba desde un rincón y se dejaba guiar por la profesora. La clase la aceptaba tal cual, ya se habían acostumbrado. Pero el miércoles era diferente, ya que a Isabel se le iluminaba la cara a esa hora, aunque ella nunca participaba.
La Señorita Pili tenía una cajita con pequeñas cartulinas con las diferentes opciones para la ruleta. Hoy tendría que meter su manita y escoger cartulina Alex.
Y así pasó. La profesora puso una mueca de intriga en cuanto Alex le pasó la cartulina y sin demora alzó la voz para anunciar por sílabas y lentamente que hoy tocaba ¡CO LO RES!
Todos los niños gritaron con alegría, menos Isabel, que simplemente se le perfiló una pequeña sonrisa hacia dentro, casi imperceptible para los demás.
La ruleta empezó a girar con los nombres de los niños y cada uno tendría que decir su color favorito y un objeto de ese color. Así giró y giró con los diferentes nombres hasta que tocó el nombre de Isabel. La clase esperaba, como siempre, la no respuesta de la niña y la ayuda que le ofrecía la profe respondiendo por ella y al azar, lo que suponía podía ser su respuesta.
Pero hoy sería diferente. No había nada que más le gustase a Isabel que los colores. De repente y sin nadie esperarlo Isabel con un hilito de voz dijo “azul”. Espontáneamente un gran aplauso inundó la clase de alegría al oír por primera vez la voz de la pequeña. Ella se sonrojó y ahí quedó el sonido de su primera palabra en muchos meses, AZUL.
ÉXTASIS
ResponderEliminarHa vuelto de nuevo, pensaba que había conseguido alejarlo de mí tras tantos años de terapia, pero al ver una imagen tan simple como encender un cigarrillo con una cerilla, ha saltado la chispa.
¿Por qué se ha vuelto desordenar todo?
No puedo alejar de mi mente insana ese color rojo en movimiento, ese baile hechizante de luces púrpura. Solo algún amanecer de incandescentes tonos, calma un poco mi ansiedad, pero no llega a igualar al éxtasis que me produce ese color de crepitante sonido.
El insistente recuerdo del placer que me provoca observar el gradual cambio de color de esos bellos bosques, primero el fresco verde que da paso a un ardiente y sonoro rojo para morir en un humo ceniciento, ha hecho que mi mente solo busque la manera de calmar esta tensión.
No puedo resistirme a la fascinación de contemplarlo.
Corro a casa con el escenario ya organizado en mi mente. Recojo todo lo necesario para poner en práctica mi obra y me dirijo al monte, pero cuando estoy ya a punto de prenderlo siento que me desdoblo y vuelve esa voz que me calma, una voz que reconozco dentro de mí que como una pavesa consigue incendiar mi mente y alejarme de mis flamígeras intenciones.
Consuelo
MUTACION A VERDE
ResponderEliminarSiempre me había fascinado el color blanco, aunque yo no sea un espíritu luminoso. Precisamente, porque como es el color de luto de nosotros los orientales, el blanco es mi color. También es el de Keiko. Nuestras habitaciones y mobiliario son inmaculadamente blancos. Nuestras ropas, incluso en los meses más inclementes del invierno, también son blancas. Cuando practicamos el sexo, ha de ser en sabanas de impoluta seda blanca. Incluso la vista del escaso pero imprescindible césped verde de nuestro jardín japonés, que cuidan escrupulosos jardineros vestidos, como es natural, con uniformes blancos, produce una especie de incomoda ansiedad en nuestras hipersensibles almas. Las escasas veces que nos acercamos a la ciudad ha de ser ya bien entrado el blanco invierno. Entonces, mimetizados con la nieve que cubre las amplias avenidas, nos regocijamos perversamente con la miseria multicolor de los objetos y las personas que frecuentan los locales comerciales. Pandemónium cromático: Azules, rojos, amarillos, ocres, verdes, que horror. Nos sentimos como dioses arrogantes contemplando el infortunio ramplón de abyectas criaturas inferiores. Creo que el lector ya habrá intuido que bajo todo nuestro universo blanco se ocultan unas almas de un color tirando a negro profundo.
Un día, nos paramos ante el escaparate de una mueblería y allí había un hombre espantosamente trajeado de gris al que una atractiva dependienta, vestida con un no menos espantoso traje chaqueta verde, mostraba un sofá tapizado en rayas verdes y blancas. “Vámonos ya de aquí” dijo Keiko, riendo burlona. Aquella noche hicimos más fieramente que de costumbre el amor, nuestro amor tan blanco. Ella, riendo el recuerdo del traje gris del hombre y yo llorando el del traje verde de la dependienta, pero durante el llanto de mi orgasmo ella no advirtió que era provocado por una imprevista añoranza de la trémula y palpitante blancura del macizo y atlético cuerpo que adivinaba bajo el traje chaqueta verde. No fui capaz, en lo sucesivo, de olvidarlo.
Así que, finalmente, una tarde me decidí a comprar el sofá verde y blanco con la absoluta certeza de que mi vida cambiaría. También compré a la dependienta, so pretexto de un jugoso contrato de redecoración de nuestra suntuosa y blanca residencia. Keiko acepto de buen grado la ofensiva intromisión de los verdes del sofá y de la chica en nuestro lubrico infierno blanco porque intimamos muy pronto y le gustaban los juegos perversos. Ella era esa clase de chica sencilla y sumisa, de las que a Keiko gustaba incorporar a nuestras extravagantes depravaciones. En la primera de nuestras orgias, Keiko, escandalizada por el negro vello púbico de la muchacha (el nuestro nos lo habíamos teñido de un blanco impoluto) sugirió que se lo rasurara. Tuvimos que animarla con unos tragos de Sake, pero finalmente accedió.
Entonces por primera vez comencé a odiar el blanco de las cosas. Comprendí que el níveo rizado del sexo de Keiko resultaba patético ante la desnudez, chocantemente agresiva, y la dulzura y suavidad de aquel sedoso melocotón que se me ofrecía bajo el palpitante vientre de la muchacha de verde.
Con el transcurso de los días, los colores del sofá que está cambiando mi vida también están sufriendo una ineluctable mutación: las franjas verdes van devorando lentamente a las blancas hasta casi hacerlas desaparecer. Hasta la blancofila Keiko parece resignarse a ser engullida por la lasciva humildad del sexo rasurado de la muchacha del traje verde.
PUEBLO BLANCO, PLUMAS NEGRAS
ResponderEliminarCuando la Seña Nicolasa me dijo quen tó el pueblo, tan blanco, se decía que mi Antoñito perdía aceite me hice la ofendía y le tararee la de "Que sabe nadie" del Raphael. En el corrillo diario de la plaza, tan blanca, unas quesisi, otras quesinó. Yo ni mu. Mi Antoñito, muy ilusionao con su nueva ralea de maricón de pueblo blanco, ciertamente sacó a relucir toa la pluma que malquebien le atribuían. Una tarde me senté en la caló blanca de la resolana, entre aquella cofradía de brujas y dije: "paice que vaber un eclipse". Interrumpieron sus dimes y diretes sobre la Blanquita, la hija del alcalde – de la que decían que era garrida como una luna de agosto - y me se quedaron mirando con la bocabierta. "Ay hijo mío! ¿Qué has hecho?" - suspiré y entre las arrugás caras de aquel aquelarre vi como fluía la curiosidá malsana - "Que triste me resulta que hayas sio tú, precisamente tú, con tu pluma, el que haigas venio a eclipsar la galanura de la Blanquita, dejándola preñá" – añadí como entredientes. Entonces me fui, dejándolas haciéndose cruces. No volví a la blanca resolana. Ahora tomo la fresca acodada en el alféizar y las veo en la plaza blanca con sus quesisís y quesinós. Al menos tienen tema pa nueve meses. Me río pensando que las plumas negras de los buitres del Monfragüe a veces se posan en el suelo blanco de la plaza del ayuntamiento de VillacascajosdelPeñascal
¡¡¡Ay hijo mío, mi Antoñito, la que has liao con la hija del alcalde!!!
Del rosa al amarillo -
ResponderEliminarAlguna vez has pensado que podrías ser parte del arco iris ?
Alguna vez has sentido que eras un color entre todos ?
Y si así fuera: cuál ?
Y si fuera así: cuándo?
Porque los colores tienen matices, y van cambiando.
Igual que las personas.
El azul, que es primario, unas veces sería azul cielo, otras azul noche, azul marino...
Con la edad te das cuenta de muchas cosas.
Pensabas que era fácil distinguir entre el negro y el blanco. Luego ves que no. Que existe el gris. Y además muchos tonos de gris.
También te das cuenta de que hay un color que sobresale en nosotros. Que va y viene.
Al final siempre viene. Permanece en nuestro interior toda nuestra vida.
Y cómo lo reconozco ?
Con el tiempo. Como casi todo. Sólo tienes que mirar atrás.
Cuando vuelvo la cabeza lo veo. El mismo siempre: el rosa.
Rosa era el cerezo donde mi abuelo y yo nos poníamos a hablar cada vez que llegaba en el verano. ( Primero me recogías en la estación y luego íbamos al cerezo, te acuerdas?
Rosa era el vestido más bonito que tuve nunca. Cuando cumplí 15 años.
Rosa eran las camelias que crecían en el jardín
... Y los sueños ?
También eran rosa !
Sabes que soñar en colores es un signo de locura ?
...Ahora comprendo aquellas palabras que una vez leí en un libro
"Los locos abren los caminos
que más tarde recorren los
sabios "
PIEZAS DENTALES
ResponderEliminarLa culpa de todo la tienen los dientes. Supongo que en los dientes fue en lo último en lo que pensó cuando hizo lo que hizo pero él siempre ha sido más de actuar que de pensar.
La verdad es que todo el mundo sabía que Manolo, nuestro casero, era una mala persona, pero nadie pensaba hacer nada al respecto. Mal encarado, déspota y avaricioso eran adjetivos que le iban como anillo al dedo. Era el propietario de la mayoría de los pisos del edificio, pisos de mala muerte, pequeños y sombríos, con humedades, goteras y múltiples desperfectos por los que cobraba alquileres astronómicos a los que cada vez era más difícil hacer frente. Un día, hace aproximadamente un mes, convocó una reunión de vecinos en el portal del inmueble con la única intención de comunicar que a partir de ese mes subiría los precios ya que consideraba que no era suficiente lo que pagábamos por vivir en aquellos cuchitriles, y el que no pudiera hacerse cargo, a la calle. Ahí vi en la cara de mis vecinos el miedo, la angustia, las lágrimas de aquellos que con niños pequeños, sabían que no iban a poder asumirlo y se quedarían en la calle. Observé también a mi marido. La rabia contenida, la respiración agitada, los puños apretados. No soportaba las injusticias, no podía con ellas. Permaneció callado toda la reunión. Subió despacio las escaleras, pensativo. Entramos en casa y se dirigió al salón. Se sentó en su sillón favorito y me miró a los ojos. Me asustó lo que vi en ellos. Le dije que por favor no hiciera ninguna tontería, que nos arreglaríamos. Que ayudaríamos a los vecinos en lo que pudiéramos, que si él hacía una barbaridad qué iba a ser de mí. Él sólo me dijo que no me preocupara.
Esa misma noche, a eso de las doce, salió de casa sin decirme a dónde iba. Volvió al cabo de unas horas y se metió directamente en la ducha, la ropa que dejó en la cocina olía a gasolina y a humo, las botas estaban embarradas. Sin decir nada, lo lavé todo lo mejor que pude y me metí en la cama, cuando él se acostó no pregunté nada. Nos cogimos de la mano hasta que nos quedamos dormidos.
Tres días después, en el telediario, una noticia llamó mi atención. El perro de unos excursionistas que paseaban por un descampado a las afueras de la ciudad había encontrado entre los restos de una hoguera lo que parecían ser piezas dentales. La policía estaba investigando el hecho, aún no habían identificado al fallecido pero era cuestión de tiempo que lo hiciesen.
Una semana más tarde, alguien llamó a nuestra puerta. Era una pareja. Se presentaron como inspectores de policía y querían hablar con mi marido. Él salió a recibirlos, habían identificado al fallecido y las pruebas halladas en el lugar de los hechos lo incriminaban.
Hoy es día de visita en la prisión. Le cuento que las cosas en el edificio están mucho mejor desde que lo gestiona otra persona, que han bajado los alquileres, que se están ocupando de los desperfectos de los pisos, que lo echo mucho de menos,…
Él también me echa de menos de mí, pero no pierde el tiempo, está estudiando.
Me sorprendo al oírlo.
- ¿Si? ¿Y qué estudias?- le digo.
- Odontología – responde. Y sonríe al decirlo.
EL COLECCIONISTA.
ResponderEliminar“La culpa de todo la tienen los dientes”, señor juez. Usted no debe ignorar lo que suponen para mí. Permítame explicarle. Solo una mente superior ha podido crear esas piezas de puro marfil nacarado. Admiro la grandeza de su preciso diseño, cada una de ellas modelada en los ángulos exactos para producir un resultado concreto. Su eficacia es incuestionable, han sido creadas para cumplir su función: morder, romper, rasgar, triturar. A esto se suma su presentación: La delicada disposición en el arco bucal. Como se acomodan una tras otra, ordenadamente, sobre la sonrosada encía que cubre la poderosa mandíbula. … ¡una auténtica obra de arte!
Se que no es fácil comprender mi compulsión. Por mucho que le explique, señor juez, usted nunca llegara a entender esta búsqueda de la perfección a la que he dedicado toda mi vida. Quiero puntualizar que estoy orgulloso de mi colección. Sí, reconozco que no es habitual coleccionar dentaduras. No sabe el tiempo y el dinero que he dedicado a obtener las mejores, de todas las épocas y lugares. Están catalogadas con total precisión. Usted mismo lo ha podido comprobar, señor juez. Tengo que decir que nunca me manché las manos, hasta ahora. Siempre había un funcionario deshonesto de algún museo antropológico al que sobornar, o un sepulturero inmoral que se ofrecía a traerme las más perfectas, siempre he recompensado ese buen hacer. Tengo que confesar, aunque le pueda resultar chocante, que mis mejores piezas provienen de las morgues de países del tercer mundo.
Sí, señor juez, llegué a discernir que no podía continuar por ese frenético camino y para calmar mi ansiedad las comencé a encargar a los mejores mecánicos dentistas. Pero esa falsa perfección: el rosa excesivo de las encías, los dientes de cerámica, porcelana o composite, a simple vista resultaban ideales, pero …eran una falacia, una quimera que no lograba satisfacerme. Sabía que mi colección estaba incompleta. Por eso inicié la búsqueda, espiando cada gesto de sorpresa, dolor o alegría que me permitiera encontrar la pieza soñada, la más sublime. Finalmente la descubrí, y sí, señor juez, lo intenté todo antes de que se produjese el fatal incidente. Quise negociar un acuerdo ventajoso. Le ofrecí una oferta tan cuantiosa que no se pudiera negar. Siento no haber logrado llegar a un acuerdo con la chica: ella se burló de mi propuesta, me tomo por loco, se rio de mí mostrándome el fulgor de su prodigiosa y fascinante dentadura y yo…yo estaba dispuesto a todo…pero ya conoce usted el resto de la historia, para que negar el crimen, mi vida no tiene sentido porque usted me ha arrebatado mi fabuloso trofeo.
EL PREMIO
ResponderEliminarLa culpa de todo la tienen los dientes. Aquel iba a ser un día importante en su vida. Atrás quedaban los años oscuros de trabajo anónimo. La investigación había ocupado todo su empeño. Las horas de solitario estudio para obtener la plaza de profesor en unas duras oposiciones. Las largas noches de trabajo en su pequeño laboratorio entre cabezadas de sueño y cansancio.
Con sus primeros trabajos, llegaron los primeros reconocimientos. Fue invitado a numerosos congresos, pronunciando conferencias y participando en debates con expertos internacionales. Profesor invitado en varias Universidades de distintos países y ahora aquella medalla concedida por la Asociación Internacional de Enfermedades Raras.
Se comentaba que su candidatura al Princesa de Asturias tenia cada vez más posibilidades. Incluso, que su nombre entraba, eso si con poca fuerza, en las quinielas para el Nobel.
El no se hacia ilusiones con aquellos velados comentarios de amigos y no tan amigos. Prefería disfrutar el presente, contemplando el magnifico aspecto que presentaba el aula magna de La Sorbona, absolutamente llena.
La medalla se la iba a entregar la presidenta honoraria de dicha asociación, una aristócrata danesa, que, en la recepción previa, había trasegado unos cuantos lingotazos de vodka bien frio.
En el momento de ir a recibir la condecoración, un acceso de tos violenta e irrefrenable, hizo que su prótesis dental saliera disparada hacia el pronunciado escote de la dama. Aquellos dientes comenzaron a resbalar, envueltos en espumosa saliva, hasta ocultarse entre los senos de la mujer.
Intento cogerlos, pero ya era tarde, su mano tan solo alcanzo un firme pecho femenino, recibiendo una sonora bofetada y un violento vómito sobre su inmaculado smoking.
Sentado en la habitación del hotel, medita si ocultarse en un retirado monasterio, suicidarse o darse a la bebida. De momento sostiene un bourbon en su mano. Suena el móvil, es su nieta que con su voz alborozada le dice: “Abuelo te has hecho viral. Eres trending topic”
DE RATONES, DIENTES Y SU MUNDO
ResponderEliminarLa culpa de todo la tienen los dientes. Más bien, todas estas tonterías del ratoncito pérez. No son más que sacacuartos, pensaba Paquita, aguantando el chaparrón de llorera de su nieto Antón, que sufría el mayor disgusto de su corta vida cuando descubrió que el primer diente que se le había caído esta mañana, había desaparecido volando por la ventana del décimo piso, en el afán enfermizo de su abuela por la limpieza y el orden. Qué dientes ni que nada, hay que dejar todo recogido, refunfuñaba la abuela Paquita. Vamos a dejarnos de cuentos...que total para qué sirven los dientes caídos.
Desconsolado, Antón le escribe una nota explicando lo sucedido al Ratoncito Pérez, para dejarla en lugar del diente, tal y como le aconsejó su amiga Matilde, la portera del edificio, ante la cara llena de lagrimones de la criatura durante todo el día, asegurándole que todo iba a salir bien.
Mientras tanto...
Pérez 126 llegó a toda prisa, atusándose los bigotes. Sus fatigadas patitas no daban para más. Su cartera estaba llena de dientes y de cartas, mensajes educados, cariñosos, implorantes, pidiendo disculpas, contando cabreos con sus progenitores, cartas y más cartas de niños y niñas tristes, enfadados, ilusionados por ese acontecimiento tan especial y peculiar que es la caída de un diente de leche, y la consiguiente ofrenda del mismo escondida debajo de la almohada.
Pérez 89 se acercó para ayudarle con su cartera. Recogió los dientes de esa noche y se dirigió al mercado para prepararlos para su reparto: unos, se irían para las obras de las casas de la nueva promoción de ratoncitos Pérez; otros, los reclamaban desde la fábrica de porcelana para hacer platos, tazas y fuentes; los más delicados, los reservaban para hacer anillos, pendientes, collares; y sin olvidar los que utilizaban para crear los caminos y los que dejaban en los lechos de los ríos para usarlos como puentes.
Pérez 54 se hizo cargo de las cartas para su revisión, tenía que darse prisa para editar la nueva gaceta. Ciertamente se le amontonaba el trabajo: las cartas de agradecimiento las tenía colgadas con pinzas en el tendal; las de disculpa por haber perdido el diente, en montoncitos, según quién lo había perdido, si los padres, si los abuelos, o algún duendecillo maligno, haciendo travesuras; y las de súplica para que no tener que ponerse aparato en los dientes, se las hacía llegar a Pérez 101, que era el experto en nuevas tecnologías, y siempre tenía buenas historias que contar para los muy temerosos.
Los ratoncitos Pérez administrativos no paraban de enviar avisos y entregar monedas, piruletas, y cuentos varios, para atender la infinidad de mensajes de caída inminente de dientes en todo el mundo, y llegar a tiempo a las almohadas para el intercambio.
Todo funcionando como un engranaje de alta precisión, desde tiempos inmemoriales, el fascinante mundo de los ratoncitos Pérez, que sigue girando repartiendo ilusiones.
A la mañana siguiente…
Antón despierta y en su mano izquierda que tiene debajo de la almohada, encuentra un pequeño libro titulado “Usos y costumbres de los dientes para reciclar explicados a las abuelas”.
Isabel Montes de Oca
PEQUEÑAS Y GRANDES CATASTROFES ODONTOLOGICAS
ResponderEliminarTitanic
La culpa de todo la tienen los dientes de conejo del capitán. Abriendo la boca despavorido vocifera: “¡Todo a babor!”. Pero, recordando las cuchufletas de la marinería (Le llamábamos Capitán Rabbit) sobre sus famosos incisivos, en lugar de prestar atención a las órdenes, no puedo contener la risa y pongo el timón todo a estribor.
Y, claro, a estribor estaba el Iceberg.
Laurence Olivier
La culpa de todo la tienen los dientes de la calavera, el responsable del atrezo y la madre que lo parió. Ahora tras la lluvia de tomates, hortalizas y otros objetos menos ecológicos sobre el escenario, los críticos dicen que estoy acabado. No me queda más remedio que reconocerlo. Porque, yo tan puntilloso con los más mínimos detalles, cuando, tras ajustarme los leotardos, tomando la dichosa calavera en mi mano derecha, me disponía a recitar con voz tonante el famoso soliloquio, mis ojos de príncipe afiebrado se tropezaron con que el primer molar inferior del lado izquierdo lucía un impecable empaste. Me quedé atónito ¿Es que en la vieja corte del rey de Dinamarca ya existían habilidosos dentistas argentinos?
Y, claro, en lugar del sublime “Ser o no ser”, en mi estupor mis labios solo acertaron a preguntar: “¿Cómo puede ser?”
El collar del gran jefe
La culpa de todo la tienen los dientes de oso grizzly del collar que pendía del cuello del gran jefe Caballo Loco. Me había obsesionado con ellos, desde que, en mi confortable gabinete repleto de trofeos de caza, los había visto en una vieja foto de la época de la conquista del oeste. Como siempre fui un caprichoso “culo veo, culo quiero” me propuse obtener uno igual. Pensando en comprármelo, fui a una reserva india en las orillas del Columbia, pero allí solo tenían imitaciones, baratijas de plástico indignas de un intrépido cazador como yo. “Pues nada – pensé – tendré que irme al Yukón, y cazar un grizzly de verdad” Y así era yo: dicho y hecho, ni corto ni perezoso allá me fui con mi escopeta a aquellas gélidas tierras del norte profundo.
Han pasado unos cuantos años, y hoy, en mi confortable gabinete repleto de trofeos de caza, hojeando unos ejemplares de la National Geographic, me encuentro con una foto que aquellos asombradísimos especialistas en fauna boreal habían obtenido de un enorme grizzly que lucía orgulloso sobre la pelambre de su cuello un collar repleto de dientes y muelas intercalados entre algunos dispersos metatarsianos y un par de tibias y peronés.
Y, claro, mi mandíbula y mis dientes artificiales de polvo endurecido de titanio, en perfecta sintonía con el resto de mi cuerpo, comenzaron a temblar de rabiosa indignación, haciendo tintinear todos los resortes de la silla de ruedas, ante la, no sé si decir, deliberada rechifla o insultante arrogancia de aquel peludo hijo de puta.
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ResponderEliminar! Cuidado con el perro !
ResponderEliminarLa culpa de todo la tienen los dientes
" Ya te lo decía "
A quién se le ocurre dejar el perro suelto ?
" Un presa canario "
Sabes cómo son esos perros ?
Sólo verlos ya te asustan
Se dejan sueltos por la noche pero no al mediodía, cuando vas tranquilamente a llevarles el pan. Mi jefe, que era el que solía ir, lo sabía. Pero yo no.
O no tengas un perro de esos. O si lo tienes preocúpate de que la gente no se vaya cayendo.
Bueno, la cuestión es que me rompí un diente.
No tuve más remedio que ir al dentista.
La última vez que había ido, como D. Carlos se acababa de jubilar, estaba uno nuevo. No recuerdo ahora el nombre.
Lo que recuerdo es que era simpático.
Sí, era simpático
Tuve que volver varias veces.
La verdad es que iba contenta. Mira por dónde a través del perro mejoraría la sonrisa.
Y él...no sé, tenía algo
Además notaba que me trataba "casi demasiado bien " ( pero con casi )
Por eso, cuando me dio la cita para el siguiente día y la programó para el final de la consulta, me dejó dándole vueltas, y vueltas.
Siempre conseguía que volviera ilusionada. Y ese día todavía más.
Como siempre, estuvo tan amable...
Al terminar le dice a la enfermera:
bueno, ya nos vamos
Después se dirige hacia mí, y mirándome con esa expresión tan atrayente que tenía en la cara, me comenta :
hoy traje el coche, si quieres te puedo acercar
! Y entonces no supe que decir !
no se me ocurrió nada,
NADA
Lo único que recuerdo fue que respondí :
" es que vivo al lado "
(era verdad)
-- El naranja escribe fino,
ResponderEliminarel cristal escribe normal --
Cuando mi abuelo y yo nos poníamos a hablar junto al cerezo ( que se había inclinado como si quisiera escucharnos ) acabábamos siempre sentados en los bancos, dentro de la pergola.
Solíamos elegir el que estaba enfrente a pesar de que a menudo, al darle más el viento, se cubría con algunas arenillas. Se ponía como áspero.
Me contaba cosas sorprendentes. De joven había conocido a un párroco de una aldea remota que casaba a las parejas y a los tres días, si querían, los descasaba
! Venga ya, abuelo !
no te lo crees ?
! NO !
Tenía un cómplice, Celestino ( el monaguillo). Entre los dos borraron a cantidad de parejas que habían inscrito tres días antes
¿ Cómo iban a hacer eso ?
Porque los escribían a lápiz. Antes de que se enterara el cardenal.
! Menuda trola me estás contando !
Yo les ayude una vez
¿ Qué hiciste ?
Ir corriendo, ¿ qué iba a hacer ?
Me lo pidió D. Manuel ( el párroco ). " Por todos los santos "
Necesitaban un testigo
Así que cogí el autobús.
Fue un viaje accidentado. Casi me caigo por la escalera al bajar.
Con tantas prisas ni tiempo me dio de comer. Me hicieron un bocadillo de calamares.
Pero llegaste, ¿llegaste bien ?
Sólo sé que la novia era bastante guapa
Que se peinó
¡ Y que llevaba puesto un vestido de color azul prusia !
Escalera – Enfrente – Áspero/a – Calamares - ¡No! – Borraron – Autobús – Cardenal – Inclinado/a – Pérgola – Sé peinó – Bastante – Azul de Prusia - ¿Cómo…?
ResponderEliminarALQUIMIA
Cundió gran agitación en la isla de los leprosos ante la noticia de la visita del Cardenal. Los más escépticos no se lo creían. ¿Cómo podía ser que aquel hombre cuasi divino se acordara de ellos? ¡No! No era posible que aquellas sandalias, herederas de las del Pescador, hollaran sus playas infestadas de cangrejos y calamares podridos. Por el contrario, los más inflamados por la inquebrantable fe de los menesterosos, aseguraban que cada una de sus huellas en la áspera y estéril tierra que tan solo exhalaba efluvios sulfurosos y abrojos, se trocaría en el primer peldaño de una florida Escalera de Jacob por la que todos ascenderían a los cielos, trastocadas sus pústulas en minúsculos viveros de margaritas y otras variedades de flores enanas. Bastante irritado ante aquella barahúnda de contradictorias y desdentadas opiniones, el cacique Damián, hombre practico, plantándose enfrente de la descarnada concurrencia, agitando enérgicamente sus muñones para imponer silencio, proclamó: “Ya basta, recibiremos como se merece al hombre santo”. Construyeron una pérgola con maderos del único árbol de palosanto que quedaba en la isla para que sirviera de palio al quimérico prelado. Luego, acondicionaron un destartalado autobús, reliquia de los tiempos de la copra, para el caso de que su eminencia decidiera visitar rincones lejanos de la isla. Cuando el navío pontificio se acercó a la playa, el cacique se peinó cuidadosamente las escasas guedejas que quedaban en su cráneo infestado de bubas, Pero las sonrisas del astroso comité de recepción se borraron viéndolo pasar de largo, rumbo a un cercano atolón, adonde el cardenal, acompañado de otros capitostes, acudía a presenciar unas pruebas nucleares. Al día siguiente, aquellos desgraciados vieron como el inclinado peñascal sobre la aldea en que solo florecían líquenes y cagadas de gaviota se cubría de fosforescentes jazmines y buganvillas y el turbio color índigo de las aguas de la playa se transmutaba en un cegador azul de Prusia.
Y así, agradecidos a la alquimia de la oleada radiactiva, murieron felices.
Escalera – Enfrente – Áspero/a – Calamares - ¡No! – Borraron – Autobús – Cardenal – Inclinado/a – Pérgola – Sé peinó – Bastante – Azul de Prusia - ¿Cómo…?
ResponderEliminarJAZZ DE CHICAGO
“Torpedo Joe” se descalzó para subir más sigilosamente la escalera. Se detuvo en el rellano. La luz que se filtraba por debajo de la puerta de enfrente traía una fiera música de jazz. “Dizzy, Roy Eldridge, Miles…” pensó. “Se conoce que el tipo está enganchado porque ahora suena la aspera voz de Louis Armstrong”, volvió a pensar. “Pero a mí que coño me importa esto, yo a lo mío: a esta otra puerta de donde sale olor a fritanga de calamares”. Y metió la ganzúa en la cerradura. Pero se detuvo. “¿Qué hago? Esta música de negros me está volviendo gilipollas. ¡No! no puedo hacer esto solo”. Silbó de manera inaudible hacia el portal y en cuestión de segundos se le unió “Luigi Pieligero”. Entraron e hicieron el “trabajo”. Borraron las huellas, mientras crepitaban los calamares en la sartén, y sacaron la foto de rigor al frustrado comensal. Tomaron el autobús de la esquina tras bajar la escalera bromeando, satisfechos del deber cumplido. Cuando llegaron a la mansión de “El Cardenal Cisneros” – le llamaban así por sus andares majestuosos y la calva que lucía en la coronilla – lo encontraron inclinado sobre el lujoso escritorio de caoba esnifando unas rayas de farlopa. “¿Y bien?” preguntó, perentorio. “Como la seda, jefe, misión cumplida” respondieron. “Vamos a la pérgola”, ordenó el mandamás, “Las paredes oyen”. Sentados a resguardo del sol en las sillas de mimbre cerca de la piscina, “Luigi Pieligero” se peinó cuidadosamente su tupé de Travolta de extrarradio. “El cardenal”, bastante impaciente, comenzó a tamborilear sus uñas – manicura de 200 dólares – sobre la mesa. Luigi pilló el mensaje y dejó caer la foto sobre el cristal. El rostro azul de Prusia del estrangulado, con su amoratada lengua burlona, parecía mofarse del atónito “Cardenal”. “¿Os habéis cargado al vecino de enfrente en lugar de al puto trompetista negro que me la está pegando con mi mujer?”. – bramó - ¿Cómo podéis ser tan cretinos?”. Al día siguiente los joviales “Torpedo” y “Pieligero” se tomaban un baño, con cemento en los pies, en el lago Michigan.
UN COCHE SIN GLAMOUR
ResponderEliminarEl hotel estaba en una oscura calle, a la que se llegaba, tras subir una amplia escalera de piedra, desde la plaza. Enfrente se encontraba el aparcamiento. Tras bajar del autobús, me acerque a comprobar que justo en la salida había un Golf de un áspero y deteriorado color negro.
La tarde había sido agitada. Ella se peino frente al espejo y se marcho dejando la invitación a la recepción sobre la cómoda. ¡No!. Seguro que no volveré a verla. De golpe se borraron aquellos días de fingimiento. Conseguí lo que necesitaba.
La velada se celebraba en los jardines que daban a la bahía. Cogí, sin fijarme, la primera copa que me ofreció un camarero. Vodka bastante frio. Justo lo que necesitaba. Con la copa en la mano, camine lentamente hacía la pergola que se encontraba junto a la piscina.
Lo vi enseguida, con un traje de un intenso y hortera azul de Prusia, charlando animadamente con el excelentísimo y reverendísimo señor cardenal. Que yo no se que afición le tienen estos mafiosos a la Iglesia, que no pueden vivir sin ella.
Me acerque distraídamente y espere la ocasión propicia. Esta se presento en forma de camarero con bandeja de calamares. Disimulando un tropiezo, fuimos a caer camarero, mafioso y yo al suelo, donde inclinado sobre él pude aplicarle la dosis letal de Talio que acabaría con su vida.
Tras disculparme por mi torpeza me fui alejando, mientras jugaba con las llaves del feo y viejo Golf negro que me estaba esperando. ¿Como se le ocurriria a la empresa un coche con tan poco glamour?
REVULSIVO
ResponderEliminarNo era lo que Magdalena había deseado cuando fue enviada al Cardenal Vanucci. Había sido su penitencia para enmudecer su pecado imperdonable. Recordaba cómo había subido con recelo la majestuosa escalera que la llevaba hacia el opulento apartamento perteneciente al Cardenal. Enfrente, un precioso jardín propio de sus aposentos. En el medio y medio, como sol en el universo, había una majestuosa pérgola, rodeada de preciosas peonias Azul de Prusia, las favoritas de Vanucci. Hoy, 30 años después de su llegada, se peinó, antes de ser recibida por el autoritario, distante, áspero e indiferente Cardenal. La pobre Magdalena rechazada por su devota familia y por el propio prelado durante tantos años, había decidido vengarse de él como años atrás había hecho con el clérigo del pueblo. Entró en el despacho del Cardenal, y como siempre inclinada ante él, esperó el gesto déspota para que se irguiera. ¡No!, escupió el religioso a modo de respuesta “¿Cómo te atreves a rechazar mi voluntad?” Magdalena fingiendo estar conmocionada replicó. “Su eminencia, pienso que mis años de servicio borraron mi pecado”. “Obviamente no” fue la seca respuesta. “Anda, ve y prepárame lo único que haces bien”. Pronta se dirigió hacia la cocina para prepararle un bocadillo de calamares, con el mismo rebozado que 30 años atrás había elaborado para el cura del pueblo días antes a subirse al autobús. Cuando lo posó sobre el inmenso escritorio, apostilló con un gesto victorioso “No hay bastante azul Prusia en el jardín”.
VEINTICUATRO BOFETADAS
ResponderEliminarMarcial era alto y corpulento. A su atlética constitución sumaba las muchas horas pasadas en el gimnasio, lo que le daba un fiero aspecto provocando un cierto recelo entre quienes no le conocían. Caminaba lentamente, destacando, por su altura, por encima de los demás, iba dejando tras de si, un característico olor verde y dulzón a marihuana.
Enseguida se gano el respeto de los todos nosotros, pues pronto descubrimos que era una persona de carácter afable y bondadoso. Normalmente no discutía, salvo que su compañero de mus, hiciera una jugada que no fuera de su agrado, entonces vociferaba con una voz aguardentosa. De forma inmediata se disculpaba y el incidente se olvidaba tan pronto se volvían a repartir cartas.
Según se supo había tenido una infancia desgraciada, con una madre a la que le importaba más el caballo que sus hijos y un padre maltratador, de quien Marcial sospecho que abusaba de una de sus hermanas. Rememorar aquellos años le entristecía profundamente.
Hoy, he pasado por delante de una blanca pared, en la que un inexperto grafitero, ha dibujado un remedo de corazón y unos números. El muro me recordó, por un instante a aquel otro que Marcial y yo contemplábamos a través de los barrotes de nuestra celda
Desconozco que habrá sido de él. Cuando yo salí, todavía le quedaban unos cuantos años. El juez consideró que veinticuatro puñaladas eran demasiadas para tratarse de un caso de defensa propia. Tampoco ayudó mucho el hecho de que su padre estuviera durmiendo.
- Y QUEDÓ PARA SIEMPRE -
ResponderEliminarEsta noche soñé con Dorothy. Con ella y con su perro, Toto.
Atrapados en la envolvente tormenta que sin embargo no consiguió separarlos.
En seguida los reconocí :
llevaba puestos los zapatos de rubíes que, al alejarse el tornado, volvían a brillar con la luz del sol.
Fue como un sueño dentro de un sueño.
Aparecieron caminando por el mismo lugar por el que iba yo. Pude ver con claridad cómo se iba transformando hasta convertirse en " el camino de los ladrillos amarillos " que conducía a la casa del mago.
Llevaban ya un tramo recorrido ( porque yo los iba siguiendo ) cuando fueron apareciendo sus amigos :
primero fue El Hombre de Hojalata. Tenía un engranaje perfecto pero lo habían hecho sin corazón.
Después apareció El Espantapájaros. El sí, lo tenía, pero le faltaba un cerebro
Y El León, ! pobre león ! Tanta fiereza que aparentaba y se moría de miedo.
Todos necesitaban un perfeccionamiento.
También Dorothy con Toto :
anhelaba escapar de su monótona vida en la granja
El mago era el único que podría ayudarles.
Y todo empezaba a ser favorable.
Se habían conocido.
Conocían "El Camino Amarillo" que les llevaría a la presencia del mago.
Se sentían felices. No lograban, ni lo intentaban, controlar sus emociones. Cantando... bailando llegaron a la " Ciudad Esmeralda "
Y ahí les perdí la pista.
Abrí los ojos
Seguramente me despertó el sol que invadía completamente la habitación.
" Caminé también " por la terraza. Y me asomé para ver la calle.
- Y lo vi -
Enfrente, en el lateral del muro de enfrente.
! Una enorme pintada en color amarillo !
( Los números y el corazón )
1 5 0 0 6 💛
Con el tiempo se construyó una casa su lado
( Pero el corazón quedó dentro)
CALLES OSCURAS
ResponderEliminarMe aleje con pasos precipitados del lugar. Mis pies apenas rozaban los mojados adoquines de aquel estrecho callejón. Cuando llegué a la alameda relaje mi caminar y aminore la respiración. Me volvió a la boca aquel oscuro y oxidado sabor.
Recordé los ojos de aquella mujer, suplicaban por su vida, sin entender el poco valor de la misma. Haciendo las calles durante toda la noche para mantener a dos hijos, un marido borracho y una madre despótica y enferma. Sinceramente, creo que la hice un favor.
Pensé que tal vez debería empezar a pensar en cambiar de ciudad. En Londres la aparición de mujeres asesinadas con cierta frecuencia, había alertado a la policía y a algunos detectives interesados en hacer méritos, para mejor vender sus historias. Siempre es conveniente mantenerse alejado de problemas.
Se acercaba la primavera, El sur de España o Italia, serian buenos destinos. Viena o Florencia tampoco estarían mal. El portentoso y agradable sabor espoleo mis recuerdos más inmediatos. Praga, definitivamente Praga seria mi próximo destino. Una ciudad con calles inseguras y apagadas, con una cerveza magnifica y exquisita. El barrio judío, en la parte baja del castillo, seria un lugar ideal para instalarse. Una zona de mercaderes, donde pasaría desapercibido.
La noche esta llegando a su fin. Debo apresurarme para llegar al abrigo de mi casa. Las calles hasta ahora vaciás, comienzan a acoger gente casi dormida camino de su trabajo. Mientras desocupados, delincuentes y malhechores nos retiramos.
Ambrose, hijo de la noche, se envolvió en su negra capa, caminando apresurado, mientras rememoraba con súbito placer, el siempre desconcertante y perturbador sabor de la sangre humana.
ResponderEliminarANTOÑITA LA FANTÁSTICA
Antoñita Jiménez era una niña de la postguerra, de grandes ojos oscuros y triste mirada. Su pequeño cuerpo enjuto dejaba ver la desnutrición que arrasaba por doquier. Sopas de pan y alguna legumbre ocasional variaba su dieta. Desafortunadamente era todo lo que sus aletargadas papilas gustativas llegaban a catar.
La vida no era fácil, todo lo contrario, sus padres no contemplaban un futuro amable para su única hija. Los escasos amigos que tenía se veían en la misma situación y sus juegos se concebían a golpe de creatividad e ingenio. Antoñita era fantástica para eso. Cualquier cosa la inspiraba para crear.
Así fue creciendo la chiquilla hasta que cumplió los doce años. Poco había mejorado la situación y los padres, muy a su pesar, tuvieron que enviar a la primogénita a servir a una casa de familia bien, con poderío y fortuna. Su cometido era asistir en la cocina.
La niña desconsolada y muy asustada obedeció.
Antoñita nunca había visto nada igual. Estaba impresionada. Aquellos muebles de maderas nobles, trabajados por las expertas manos de los mejores ebanistas. Aquellos refinados tejidos de tacto suave, como la mejilla de su madre, a la que siempre recordaba. Aquella paleta infinita de colores a su alrededor le abrió los sentidos, que, hasta entonces, se topaban amodorrados en tristeza y color ceniza.
Otro universo mágico que ni concebía podía existir se le descerró. Su paladar empezó a desperezarse a medida que iba probando los pedacitos de ese mundo de sabores desconocidos.
Pero la guinda del pastel, nunca mejor dicho, fue cuando por primera vez probó la suculenta tarta de aniversario de los señores. Un estallido de felicidad explosionó bocado tras bocado en la puntita de su lengua. Hasta entonces el DULCE era un sabor inexplorado. Ese gusto marcaría su futuro.
Años más tarde, tras formarse con tesón y gracias a su originalidad, comenzó un dulce recorrido para convertirse en una de las más afamadas e innovadoras reposteras del país.
Blanca.
-- Sólo queda té --
ResponderEliminarLe pedí un café y me dijo " sólo queda té "
Entonces me quedé
! Qué sensación, Dios mío !
¿ Y cómo la describo ?
La verdad es que no pude
No pude porque me acababa de ocurrir algo
extraordinario.
Cuando leí en aquel libro que las casualidades no existen. Bueno, no como las imaginamos. Que las casualidades hay que merecerlas. Se te conceden por algo. Me dejó totalmente desconcertada. Y pensativa
¿ Qué era si no una casualidad ?
¿ Cómo explicas que en tan poco tiempo se te presente la misma situación con personas diferentes, en lugares diferentes ?
Aquella mañana iba pensativa caminando con mi perro por la orilla del mar. Notábamos esa brisa salada, que por un lado te despierta y por el otro te hace soñar.
Pues justo ahí, en ese momento, nos despertó la pequeña pelota que de un salto se colocó delante de nuestros pies, casi al mismo tiempo que el perro que venía jugando con ella :
" Lo siento, fue sin querer" se apresuró a disculparse su dueño.
Pero en seguida "queriendo" empezamos un pequeño diálogo.
Muy pequeño. Apenas me acuerdo.
Me acuerdo cuando me dijo :
me gusta tu mirada,
me gustan tus ojos,
¿ mis ojos?
Si no destacan. Son marrones.
! No ! Son color café.
No lo olvides: " son color café "
No lo olvidé.
Los primeros recuerdos que tengo de niña son de cuando mi madre me llevaba con ella a todas partes.
Por las tardes íbamos a casa de su madre ( mi abuela). Allí todos formábamos un conjunto: la cocina, que era el centro de reuniones, mi abuela, mi madre conmigo... también las personas que iban a comprar la leche a mi abuela. Sobre todo las que ejercían de "Gaceta"
Nos marchábamos conociendo las últimas novedades del pueblo. O mi madre, más bien.
Yo me fijaba en los zuecos que llevaban puestos los días de lluvia,
en las moscas que se quedaban pegadas a unas tiras que colgaban de la lámpara,
y en ese aroma que empezaba a pegarse a mí ( que alguna vez me llevaría a pensar )
El café puede ser peligroso
( Recuérdalo cuando alguien te diga )
"Tiene café en su mirada, eso explica porqué me quita el sueño "
CHIN CHAN PÚN
ResponderEliminarMe despertaron el sonido del móvil y el codazo inmisericorde que Teresa descargo sobre mi costado, al tiempo que me advertía: “Ten cuidado, no despiertes a los niños”
Por el teléfono, la jadeante voz de García, trataba de informarme. Tan sólo entendí que pasaba a recogerme. Una ligera ducha y un café caliente fue todo lo que necesite para sentirme con fuerzas de salir a la calle. Las ganas eran de volver al confortable lecho.
En el trayecto por fin supe lo ocurrido. Todo había comenzado por una llamada anónima, que denunciaba un posible homicidio. Los policías que acudieron encontraron la puerta abierta y la casa desordenada, algo llamo su atención y nos llamaron.
Era un minúsculo apartamento en una antigua casa del centro de la ciudad. La especulación la reformo trasformándola en una colmena de pequeñas celdas. En apenas 30 metros, dormitorio, salón con cocina y un aseo con ducha.
Estaba todo por los suelos, libros, discos, revistas y una lampara de cerámica. Lo más llamativo era la mesa del salón. Sobre ella una piedra con una mancha de sangre y una hoja de papel clavada sobre la mesa por unas tijeras.
En el papel estaba escrito lo que parecía ser una lista de la compra, azúcar, galletas, mermelada y pan de molde. En la tijera se hallaron unas huellas dactilares, que no constaban en los archivos consultados. La piedra era demasiado pequeña como para ser un arma letal y tenia apenas cuatro gotas de sangre humana de un grupo común.
En el piso, propiedad, como todo el edificio de una compañía inmobiliaria, vivía alquilado un pijo indolente que aquella semana se encontraba esquiando en Suiza. No sabía nada de la piedra y la tijera. En cambio si reconoció el papel era la lista de la compra que tenia que hacer la asistenta. Sus huellas no coincidían con las de las tijeras.
La asistenta era una trabajadora de la empresa propietaria del edificio, que atendía varios apartamentos. Jamas había visto la piedra y la tijera y sus huellas tampoco coincidían.
Pasaron los días y la investigación no avanzo nada, A falta de cadáver, nos dedicamos a seguir el rastro de la tijera, pero era muy común en el ramo de la costura, del bricolaje y en cientos de cosas más. Un buen día el señor juez se cansó y decidió cerrar la causa. El caso fue archivado sin resolver, como 234/2023, aunque para mi recuerdo siempre sera el caso de piedra, papel y tijera.
LA MENTIRA ES HISTORIA.
ResponderEliminarSe habían arriesgado una vez más a oler el adorable y casi obsoleto aroma de su parque favorito Hampstead Heath. Desde sus colinas se divisaba toda la ciudad, y en la zona inferior del parque, se ubicaban sus árboles centenarios que formaban un distinguido e impertérrito paraguas por el principal sendero donde caminaba la pareja.
- ¡Qué raro eres! Para una vez que salimos, te empeñas en observar la animada ardilla roja, no entiendo nada. En anteriores escapadas no es lo que solíamos hacer. Esgrimió picaronamente Camila.
- Pues en verdad no sé quién será más raro, porque ponerse esas ridículas y grotescas gafas con la intención de pasar inadvertida, ya es fuerte. Y qué me dices de esa mentira tan absurda y peligrosa que me contaste. ¡A mí, el centro de tu universo! Replicó Carlos con pretérita amargura.
- La envidia tibia y decadente fue siempre tu punto débil. Mi intención fue brillar cual tenedor nacarado, pero tú tienes que ser la cubertería completa.
- Dejemos la ardilla, la envidia, el tenedor y la cubertería, vayamos al grano. ¿Por qué mentiste con lo del bolígrafo indestructible? ¡Llevo meses preguntándomelo! Reprochó Carlos.
- A ver Carlitos, eres un poco frustradito y cuando descubrí que no era tu bolígrafo, sino una pluma dañada ya era demasiado tarde. La ira prendió tu pequeña cabecita, que tornó escarlata y el resto es historia. Elevando sus brazos hacia el cielo, explicó Camila con cierta sorna.
Carlos con una vocecita casi infantil e inaudible contestó:
- Te perdono si al llegar a Buckingham Palace me preparas unas suculentas y lujuriosas lentejas. Son como golosa medicina para mi alma. Suspiro con deseo.
A lo que Camila asintió, con la debida resignación.
Blanca
COSAS DE LA EDAD
ResponderEliminarMe senté en el banco bajo la sombra del fresno. A pesar del abnegado paraguas, que me sirvió de apoyo, la ascensión hasta el lugar me había fatigado. Extendí el periódico sobre la todavía húmeda mesa de madera, mientras buscaba en mis bolsillos el torpe bolígrafo liberador.
En el centro del camino apareció una insolente y atrevida ardilla, luego en un instante trepo por el tronco del árbol con portentosa agilidad, dejando tras de si un olor sucio y añejo.
Me ajuste las engorrosas gafas de cerca para encarar el crucigrama blanco, sin poder olvidar la ligera liviandad de la sutil ardilla, que durante un instante cruzo su mirada con la mía, como si me conociera, tal vez de otra existencia.
Desde allí se percibía a los niños del colegio adyacente jugando al futbol, por un momento me invadió una luminosa y benéfica envidia al recordar mi lejana infancia. Jugar con los amigos ocupaba la mayor parte de mi tiempo, ahora lo paso visitando médicos en busca de una exigida mentira balsámica.
El que nos visita en la residencia me ha recetado una medicina cara e inútil, que según dice aliviara mis dolencias. ¿Que sabrá él? Yo no tengo ninguna dolencia. A mi no me duele nada de momento. Sólo me pesan los años y para eso no hay cura. Pero mientras me funcione la cabeza y pueda seguir dando mis pequeños paseos no me quejare demasiado.
Lo peor es lo que me ha hecho Ramiro. La semana pasada se lo tuvieron que llevar por la fuerza a su habitación y administrarle un sedante. Se había empeñado en comer un plato de despobladas lentejas con la mano. Cuando Carmen, la celadora, se acercó para darle una cuchara, encolerizado se lanzó sobre ella, agrediéndola con un enmohecido tenedor. Ahora está de baja y yo no tengo con quien dormir la siesta.
ResponderEliminarMedicina – tenedor – mentira – gafas – ardilla – olor – paraguas – envidia – bolígrafo – lentejas
OJO CLINICO
Qué extraña terapia: comer lentejas socarradas sobre la tapa roñosa de un inodoro, desde el que asciende un nauseabundo olor amoniacal a verdosos meados de vejiga enferma, con un viejo tenedor oxidado al que aun encima le falta uno de los dientes. Pero, en fin, esa era exactamente la dieta, terapia o yo que sé cómo llamarle, que me había prescrito aquel pope de la medicina alternativa, el doctor Triquiñuelas. “Créame, señor Escalope, mi ojo clínico no falla, aunque las malas lenguas digan que mis terapias de choque son una burda y ridícula mentira, le aseguro que seguir al pie de la letra mis instrucciones es el único modo de liberarse de su corrosiva envidia hepática ante los éxitos gastronómicos del restaurante de su rival, el señor Cachopo” me dijo muy convencido mostrándome los incisivos de ardilla piorreica de su sonrisa. Acto seguido garrapateó la factura – joder para la factura –con un lujoso bolígrafo de plata, y en una nota aparte la dirección del tugurio donde debía dar cuenta del asqueroso menú prescrito. Tras cumplir a rajatabla sus instrucciones, salí con las gafas empañadas por las lágrimas de asco fruto de la tragantona sobre el retrete. Luego, bajo la lluvia, pasé ante el restaurante de mi rival: estaba atestado de clientes y había una larga cola en espera. Más tarde, verde de envidia, entré en la consulta del infalible terapeuta con mi modesto paraguas de los chinos para “felicitarle” por su ojo clínico. Salí de allí convencido de que tendría que pasarme al sector del cachopo. Aunque mirando el ojo sanguinolento ensartado en la punta del paraguas, murmuré: “O tal vez, sería mejor dedicarme a la casquería fina”
SPAGHETTI WESTERN
Puede que la extravagante medicina del hechicero “Ojo Torpe” diera resultado, “Pero quien sabe” masculló el viejo sheriff O’ Reilly (Lee van Cleef) clavando enérgicamente el grasiento tenedor sobre la mesa, tras acabar su filete de búfalo. “No sé, no sé – prosiguió para si – porque… ¿quién puede fiarse de las pócimas de un vejete indio con gafas rotas que no ve tres en un burro?”, continuaba haciéndose cábalas mientras se untaba los dedos y las muñecas con el ungüento de hígado de ardilla preñada que le había recetado el chamán. Cuando terminaba de aplicárselo, desde fuera del saloón llegó a sus oídos una voz aguardentosa: “¿Qué coño de mierdoso olor a mofeta es el que sale de ahí? ¿Es que ya te has cagado de miedo, O’ Reilly? Venga sal de una vez y arreglemos lo nuestro” Y el sheriff salió flexionando los dedos. Fuera, alérgico al sol, bajo un viejo paraguas de varillas rotas le esperaba el albino Billy “Copito de nieve” (Klaus Kinsky). Cuando el sheriff quiso desenfundar, – maldita artrosis, maldita pócima – el colt 45 resbaló entre sus dedos. Murió – una bala el corazón – con un suspiro de biliosa envidia por la juventud y rapidez del albino. Este, sonriente, entró en el Saloon y ante la atónita mirada de Tuco el cantinero (Fernando Sancho) y los parroquianos, con un dorado bolígrafo extendió sobre la barra el certificado de “jubilación” del viejo sheriff. “Ahí lo tenéis, – masculló – yo ocupare su puesto”. “Pero no vale, Klaus, tu certificado es una cochina mentira – se atrevió a protestar Fernando – lo has hecho con un bolígrafo, que se inventó en 1910 y estamos en 1845”. “¿Así que nos ponemos tiquismiquis eh?” replicó el albino, y sin perder la sonrisa, le metió una bala entre ceja y ceja.
Devorando un plato de sabrosas lentejas estofadas al borde del set, Sergio Leone gruñía: “Maldito bolígrafo, por su culpa tendré que buscarme a otro actor para el papel de cantinero”
LAS MEJORES CROQUETAS DEL MUNDO
ResponderEliminarBien, bien, bien. Las tortillas un éxito. Había para todos los gustos. Para los de la facción “betanceira”, para los que les gustaban más hechas e incluso para los eclécticos de centro derecha. Un Hurra para las laboriosas gallinas, incansables estajanovistas del huevo. Y el raxo…. Oh cielos, el raxo estaba en su punto. Puro “porco celta”. Hasta parecía escucharse música de gaitas, arpa y bodhran como si estuviéramos en las highlands escocesas o en los acantilados de Galway. Otro Hurra – póstumo – para el difunto primo del simpático Porky. Y, puf, que decir de los calamares, tentaculares y misteriosos habitantes de la ría, seres de pensamientos filosóficos inescrutables, que ahora crujían triturados por las despiadadas mandíbulas de aquellos diletantes de la escritura más o menos creativa. Así que dos Hurras por los calamares y los esforzados pescadores de bajura.
Ah, pero el culmen, sí, el culmen de la excelencia culinaria, eran las croquetas que se había traído Elena de casa. Preparadas por sus habilidosas manitas en su propia cocinita. “Ingrediente secreto” – decía – “Boccato di cardinale” – añadía. Aplausos atronadores. Hurras, hurras y más hurras. Tal vez iluminados por la cerveza o por el vino, algunos aventuraban que se trataba de croquetas de faisán, otros, los más gourmets, decían que se trataba de urogallo cantábrico y los más fantasiosos juraban que se trataba de ave del paraíso importada directamente de las selvas de Nueva Guinea. Más aplausos, hurras, aturuxos, y vivas a la excelsa cocinera.
Mientras, Elena, algo sonrojada por tantos parabienes, pensaba, con cierta melancolía, que había valido la pena el sacrificio. Sabía que echaría de menos los graznidos de la amable gaviota que la despertaba todas las mañanas desde el alfeizar de la ventana.
“Pero, en fin, sea todo por los amigos”
EL ELEFANTE Y EL HOMBRE MONO
ResponderEliminarEl elefante y el hombre mono eran felices en su pequeño paraíso de papel. El hombre mono, cuando se levantaba por las mañanas, tras desperezarse entre trinos de aves exóticas, rugidos lejanos de virginales depredadores y el burbujeo cantarín de las criaturas acuáticas que habitaban la límpida charca que se extendía bajo su arbórea morada, saludaba al nuevo día emitiendo uno de sus agudos alaridos de contratenor. Entonces, el elefante, acudía jubiloso a su llamada. Y comenzaba la pequeña fiesta: El hombre mono se sumergía en el verdoso cristal líquido para atrapar pequeños pececillos y renacuajos con los que alimentaba la ávida trompa de su compañero de juegos, que, aunque herbívoro, no hacia ascos a las delicatesen que le ofrecía su bípedo colega. Como contrapartida, rociaba al hombre mono con fresquísimos chorros de su trompa, aromatizados de nenúfares y flores de loto, que este agradecía propinándole afectuosos tironcillos e incluso cariñosos besos en sus enormes orejas. Os preguntareis, inquisitivos lectores, que habrá sido de la mona Chita. Pues nada, quiero que sepáis que incluso en el más dichoso de los edenes, a veces irrumpe el maldito ángel de la guadaña, en este caso en forma de tijeretazo mal dado, y nuestro hombre mono había enviudado de su sempiterna compañera. Y viéndolo ahora en tan agradable compañía, nos resulta más que evidente que había superado con creces el periodo de luto y disfrutaba plenamente del pequeño mundo selvático que yo, demiurgo con tijeras, había construido para él.
Tengo que confesar que como casi todos los grandes hallazgos, este lujuriante mundo selvático, había surgido de entre las brumas de una profunda depresión. Una tarde melancólica me puse a hurgar en la caja de los recuerdos de la infancia. Allí estaban las “mariquitas” de mi difunta hermana, aquellas niñas de papel recortables a las que se agregaban hermosos vestiditos, también recortables, que cubrían las tiernas vergüencitas de su ropa interior. También estaban allí mis soldaditos de papel: caballería napoleónica, artilleros, infantería de la Wehrmacht, escoceses del duque de Wellington, legionarios y hasta guardias civiles desfilando.
Continúa…
…Continuación
ResponderEliminarEl caso es que, como ya dije, estaba hastiado y deprimido por el inexorable tictac de las horas perdidas ante el incesante estruendo de llamas, bombardeos, humaredas y muertos que me ofrecían los noticiarios de la pantalla doméstica. Así que decidí construirme un mundo propio. A golpe de tijera.
De recortar intrépidos soldados, como en mi infancia, ni hablar. Estaba harto de uniformes. Entonces me acordé del hombre mono, el estadio más próximo a la divinidad, ya como hombre, ya como mono. Y entonces, sacrificando mi colección de National Geographic, a delicados tijeretazos, construí laboriosamente mi selva recortable. Mi ya vacilante pulso de jubilado sufrió bastante para recortar, sin que se quebraran, las lianas y las serpientes. Pero al final tras cinco días ya tenía una jungla medianamente aceptable. Al sexto, tras recortar cuidadosamente una bonita foto de Johnny Weissmuller, puse en ella al hombre mono, al elefante y algunos otros animales. Besé con fruición las tijeras y aunque mi mujer me decía que estaba “chalao”, al séptimo día y los siguientes descansé y fui feliz jugando con aquel lujuriante universo paralelo de papel.
Pero he aquí, que de vez en cuando hay que ingerir algún alimento, así que un día comiendo un sándwich ante la tediosa pantalla vi que el “Asno Demócrata” decorado con barras y estrellas había sido derrotado en las elecciones del imperio por el “Elefante Republicano” igualmente decorado con barras y estrellas. Y lo peor era que este último, traía montado en su lomo un estrafalario, vociferante y fofo hombre mono ataviado con un traje azul, una larguísima corbata roja y un aparatoso tupé del color de la paja. Nada que ver con el hermoso elefante y el ángel semidesnudo del “sitio de mi recreo”.
Por eso, desde entonces, ya no veo nunca los telediarios y cada vez paso más tiempo refugiado en mi selva de papel. A veces cojo las tijeras y me entran ganas de añadirle adánicos nativos de piel negra o de dotar al hombre mono de una hermosa Jane. Pero nunca me decido. Temo a los conflictos raciales y de género.
PEQUEÑAS Y GRANDES CATASTROFES ODONTOLOGICAS
ResponderEliminarTitanic
La culpa de todo la tienen los dientes de conejo del capitán. Abriendo la boca despavorido vocifera: “¡Todo a babor!”. Pero, recordando las cuchufletas de la marinería (Le llamábamos Capitán Rabbit) sobre sus famosos incisivos, en lugar de prestar atención a las órdenes, no puedo contener la risa y pongo el timón todo a estribor.
Y, claro, a estribor estaba el Iceberg.
Laurence Olivier
La culpa de todo la tienen los dientes de la calavera, el responsable del atrezo y la madre que lo parió. Ahora tras la lluvia de tomates, hortalizas y otros objetos menos ecológicos sobre el escenario, los críticos dicen que estoy acabado. No me queda más remedio que reconocerlo. Porque, yo tan puntilloso con los más mínimos detalles, cuando, tras ajustarme los leotardos, tomando la dichosa calavera en mi mano derecha, me disponía a recitar con voz tonante el famoso soliloquio, mis ojos de príncipe afiebrado se tropezaron con que el primer molar inferior del lado izquierdo lucía un impecable empaste. Me quedé atónito ¿Es que en la vieja corte del rey de Dinamarca ya existían habilidosos dentistas argentinos?
Y, claro, en lugar del sublime “Ser o no ser”, en mi estupor mis labios solo acertaron a preguntar: “¿Cómo puede ser?”
El collar del gran jefe
La culpa de todo la tienen los dientes de oso grizzly del collar que pendía del cuello del gran jefe Caballo Loco. Me había obsesionado con ellos, desde que, en mi confortable gabinete repleto de trofeos de caza, los había visto en una vieja foto de la época de la conquista del oeste. Como siempre fui un caprichoso “culo veo, culo quiero” me propuse obtener uno igual. Pensando en comprármelo, fui a una reserva india en las orillas del Columbia, pero allí solo tenían imitaciones, baratijas de plástico indignas de un intrépido cazador como yo. “Pues nada – pensé – tendré que irme al Yukón, y cazar un grizzly de verdad” Y así era yo: dicho y hecho, ni corto ni perezoso allá me fui con mi escopeta a aquellas gélidas tierras del norte profundo.
Han pasado unos cuantos años, y hoy, en mi confortable gabinete repleto de trofeos de caza, hojeando unos ejemplares de la National Geographic, me encuentro con una foto que aquellos asombradísimos especialistas en fauna boreal habían obtenido de un enorme grizzly que lucía orgulloso sobre la pelambre de su cuello un collar repleto de dientes y muelas intercalados entre algunos dispersos metatarsianos y un par de tibias y peronés.
Y, claro, mi mandíbula y mis dientes artificiales de polvo endurecido de titanio, en perfecta sintonía con el resto de mi cuerpo, comenzaron a temblar de rabiosa indignación, haciendo tintinear todos los resortes de la silla de ruedas, ante la, no sé si decir, deliberada rechifla o insultante arrogancia de aquel peludo hijo de puta.
Escalera – Enfrente – Áspero/a – Calamares - ¡No! – Borraron – Autobús – Cardenal – Inclinado/a – Pérgola – Sé peinó – Bastante – Azul de Prusia - ¿Cómo…?
ResponderEliminarALQUIMIA
Cundió gran agitación en la isla de los leprosos ante la noticia de la visita del Cardenal. Los más escépticos no se lo creían. ¿Cómo podía ser que aquel hombre cuasi divino se acordara de ellos? ¡No! No era posible que aquellas sandalias, herederas de las del Pescador, hollaran sus playas infestadas de cangrejos y calamares podridos. Por el contrario, los más inflamados por la inquebrantable fe de los menesterosos, aseguraban que cada una de sus huellas en la áspera y estéril tierra que tan solo exhalaba efluvios sulfurosos y abrojos, se trocaría en el primer peldaño de una florida Escalera de Jacob por la que todos ascenderían a los cielos, trastocadas sus pústulas en minúsculos viveros de margaritas y otras variedades de flores enanas. Bastante irritado ante aquella barahúnda de contradictorias y desdentadas opiniones, el cacique Damián, hombre practico, plantándose enfrente de la descarnada concurrencia, agitando enérgicamente sus muñones para imponer silencio, proclamó: “Ya basta, recibiremos como se merece al hombre santo”. Construyeron una pérgola con maderos del único árbol de palosanto que quedaba en la isla para que sirviera de palio al quimérico prelado. Luego, acondicionaron un destartalado autobús, reliquia de los tiempos de la copra, para el caso de que su eminencia decidiera visitar rincones lejanos de la isla. Cuando el navío pontificio se acercó a la playa, el cacique se peinó cuidadosamente las escasas guedejas que quedaban en su cráneo infestado de bubas, Pero las sonrisas del astroso comité de recepción se borraron viéndolo pasar de largo, rumbo a un cercano atolón, adonde el cardenal, acompañado de otros capitostes, acudía a presenciar unas pruebas nucleares. Al día siguiente, aquellos desgraciados vieron como el inclinado peñascal sobre la aldea en que solo florecían líquenes y cagadas de gaviota se cubría de fosforescentes jazmines y buganvillas y el turbio color índigo de las aguas de la playa se transmutaba en un cegador azul de Prusia.
Y así, agradecidos a la alquimia de la oleada radiactiva, murieron felices.
Escalera – Enfrente – Áspero/a – Calamares - ¡No! – Borraron – Autobús – Cardenal – Inclinado/a – Pérgola – Sé peinó – Bastante – Azul de Prusia - ¿Cómo…?
ResponderEliminarJAZZ DE CHICAGO
“Torpedo Joe” se descalzó para subir más sigilosamente la escalera. Se detuvo en el rellano. La luz que se filtraba por debajo de la puerta de enfrente traía una fiera música de jazz. “Dizzy, Roy Eldridge, Miles…” pensó. “Se conoce que el tipo está enganchado porque ahora suena la aspera voz de Louis Armstrong”, volvió a pensar. “Pero a mí que coño me importa esto, yo a lo mío: a esta otra puerta de donde sale olor a fritanga de calamares”. Y metió la ganzúa en la cerradura. Pero se detuvo. “¿Qué hago? Esta música de negros me está volviendo gilipollas. ¡No! no puedo hacer esto solo”. Silbó de manera inaudible hacia el portal y en cuestión de segundos se le unió “Luigi Pieligero”. Entraron e hicieron el “trabajo”. Borraron las huellas, mientras crepitaban los calamares en la sartén, y sacaron la foto de rigor al frustrado comensal. Tomaron el autobús de la esquina tras bajar la escalera bromeando, satisfechos del deber cumplido. Cuando llegaron a la mansión de “El Cardenal Cisneros” – le llamaban así por sus andares majestuosos y la calva que lucía en la coronilla – lo encontraron inclinado sobre el lujoso escritorio de caoba esnifando unas rayas de farlopa. “¿Y bien?” preguntó, perentorio. “Como la seda, jefe, misión cumplida” respondieron. “Vamos a la pérgola”, ordenó el mandamás, “Las paredes oyen”. Sentados a resguardo del sol en las sillas de mimbre cerca de la piscina, “Luigi Pieligero” se peinó cuidadosamente su tupé de Travolta de extrarradio. “El cardenal”, bastante impaciente, comenzó a tamborilear sus uñas – manicura de 200 dólares – sobre la mesa. Luigi pilló el mensaje y dejó caer la foto sobre el cristal. El rostro azul de Prusia del estrangulado, con su amoratada lengua burlona, parecía mofarse del atónito “Cardenal”. “¿Os habéis cargado al vecino de enfrente en lugar de al puto trompetista negro que me la está pegando con mi mujer?”. – bramó - ¿Cómo podéis ser tan cretinos?”. Al día siguiente los joviales “Torpedo” y “Pieligero” se tomaban un baño, con cemento en los pies, en el lago Michigan.
SUDOR
ResponderEliminar“Dulce y decorosa es la muerte del que entrega su vida por la patria”
Horacio / Wilfred Owen
“La bruma del mar de Irlanda trepando por las laderas, cubría nuestras montañas. Traía salitroso sudor de ballenas. De Tritones. De navegantes ancestrales. Se fundía con mi dulce sudor de niño campesino en los prados. Fragancia de sudor verde mezclado con el roció de la hierba recolectada. Después, cuando me hice hombre, fragancia del sudor honrado, negro, brillante, impregnado del carbón de la mina. Dicen que el carbón no tiene olor. Pero a mí sí me olía a toneladas de sudor con olor a trabajo y oscuridad de mi padre, de mi abuelo y del padre de mi abuelo. Y también, oh madre, al sudor de tu angustia cotidiana. Sudor mezclado con saliva silabeando oraciones por la vida de los que descendíamos cada día en aquella Barca de Caronte vertical a las entrañas de la tierra. Pero un día, el Rey Jorge nos anunció que había una guerra en los campos de Francia. Me dieron un bonito uniforme. Fusileros Reales de Gales. Y tú estabas tan orgullosa, madre. “Mi hijo luchará por el Rey y la Patria” Todo el vecindario tenía que saber que tu hijo era ahora todo un soldado. “Haz todo lo que te diga el capitán, hijo”. “Volverás cubierto de medallas”. Pero, al otro lado del canal, en las trincheras del Somme, conocí otra clase de sudor. Distinto. El hedor del sudor bilioso del miedo. El hedor del sudor ya helado, con olor a heces y a vísceras, de los camaradas muertos entre los viñedos también muertos y calcinados. Aquellos mismos viñedos que en vida habían llenado con su dulce sudor dorado las burbujeantes copas de los brindis de generales y estrategas. Recordé el dulce olor negro de mi sudor de carbón y tus palabras como si todo fuera un eco de las del capitán: “galés”, “minero”, “cavarás túneles bajo las minas enemigas”, “animo, muchacho, seguro que ganaras una medalla”. Y, así, bajo la tierra retumbante, batida arriba por la artillería, otra vez el horrible sudor. Metro a metro. Sudor con olor a rata. Metro a metro. Sudor con olor a topo. Metro a metro. Sudor con olor a babosa. Metro a metro. Sudor con olor a amonal. Y el encuentro con el enemigo. Galerías convergentes. Mineros galeses. Mineros de Silesia. Por el Rey. Por el Káiser. Y la explosión. Y el cráter. Y el cielo gris. Y las gotas de lluvia cayendo mansamente sobre los cuerpos destrozados. El del enemigo y el mío. Y él, que al morir suspiró su última palabra: “Mutter”. Y yo, que al morir suspiré mi última palabra: “Mother”. Y yo, que nunca había visto de cerca la cara del enemigo, supe en aquel momento que su sudor, su miedo y su rostro roto eran como los míos. Eran los míos, Y que su “mutter” era la mía y que tú, “mother”, eras la suya.
Y ahora, madre, sé que apenas puedes reconocerme, lo mismo que yo ya no puedo reconocer esta estación y este pueblo y esta mina. Porque el muchacho cuyo sudor se nutría del verdor de los prados y de la brillante negrura de nuestro bendito carbón, un títere en esta comedia de hermosos ideales, héroes y patrias, ha muerto entre la tierra y los viñedos abrasados de Francia. Ahora solo queda mi fantasma y su sudor, el sudor sulfuroso de la ira que poco a poco corroe el metal del armazón ortopédico que, rodeándolo, apenas mantiene mi cuerpo erguido bajo este bonito uniforme y estas medallas”.
Y esbozando una gélida y mecánica sonrisa en aquel rostro inexpresivo reconstruido por la cirugía, mientras se las arrancaba, dejó caer las heladas medallas en la mano temblorosa de su madre.
15002 (FELIZ DE QUE HAYAS VENIDO)
ResponderEliminarRecién salido de presidio, paseaba bajo los castaños que daban sombra a mi hastío y a la tapia del cementerio. Sobre la pared había pintado un corazón de tiza y unos números. La vacilante sombra de los arboles agitados por el viento del norte sobre aquel corazón me decía que era un mensaje. Un mensaje para mí. Me paré. Era, sin duda, un mensaje para mí. Jamás había entrado en un cementerio. Ni en el entierro de mi madre muerta por mi padre. Ni en el de mi hermano muerto por el jaco. Ni, por supuesto, en el de ella. Pero esta vez el murmullo de las hojas de los castaños y el corazón de tiza me empujaban imperiosamente al interior. Dentro no había castaños, sino cipreses, pero estos mecidos por el mismo viento del exterior, con su balanceo hipnótico, me arrastraron hasta la caseta del guarda. Allí, al albur, solo acerté a murmurar: “quince mil dos”. El tipo, lejos de sorprenderse por el laconismo de mi pregunta, abrió un grueso libro de registro. Recorrió sus páginas, bisbiseando, deslizando sus uñas sucias de tierra sobre el papel, hasta que se detuvo en una línea. “Si... – murmuró – aquí está… quince mil dos… Bloque tal… fila tal… hilada tal…”. Aunque desde la puerta de su cuchitril me indicó el lejano lugar, yo ya conocía el camino por el susurro de los cipreses. Luego, más adelante, ángeles desconsolados, cruces, lienzos rasgados y vírgenes dolientes de mármol me guiaron hasta el fondo del camposanto. Allí, cubriendo la tapia trasera estaban los nichos de los pobres. Tras ellos, el mar en las rompientes entonaba un interminable réquiem. Y allí, en el “quince mil dos”, estaba ella. Y grabado en la lápida, su nombre medio borroso cubierto de verdín. Y las flores podridas. Y el viento ululante. Y su olor a mar. Y entonces lo que vi hizo que su recuerdo estallara como una ola gigante en mi cerebro. Y hui despavorido cementerio arriba, mientras los ángeles, las cruces, las vírgenes, los lienzos de mármol y los cipreses me increpaban. Y, ya fuera, me emborraché queriendo morir. Y al día siguiente seguía queriendo morir. Y me compré una dosis letal. Y a la noche siguiente, mientras me deslizaba tras la tapia trasera del cementerio, las olas de la pleamar me negaron su redención. Y entonces la salté y me metí en un nicho vacío que había al lado del suyo. Y me inyecté la galopante dosis de muerte que me merecía. Porque a ella, que me había querido tanto, yo, miserable de mí, la había malquerido hasta matarla. Hasta llevarla al “quince mil dos”.
Pero antes, tomando la tiza que había visto el día anterior sobre su nombre y las flores podridas en el borde de la lápida, aquella misma tiza con que ella había dibujado un corazón en la tapia del cementerio para llamarme, escribí sobre el áspero cemento de mi negra yacija la palabra “Perdón”.
MOLESTA COMPAÑÍA
ResponderEliminarMe mira, me escruta, me vigila. Desconozco su origen, sus fines, sus motivaciones. Pero ahí esta, inmóvil, silenciosa, inquisitiva.
En los últimos tres días no ha faltado a su cita en el alfeizar de mi ventana. Aparece con las nacientes luces de la mañana y se va cuando comienza la irrupción de las primeras tinieblas.
Al principio su presencia me inquietaba. Intentaba encontrar un significado a aquel asedio constante, incomodo, molesto. Nunca me gustaron estos animales. Siempre los he considerado sucios carroñeros y, en ocasiones, les he tenido miedo.
Recuerdo una tarde de principios de primavera en la playa de Miño, donde había ido a pescar. Una multitud de gaviotas cubría toda la arena. Pase entre ellas sintiendo un cierto temor. El primer pez que salio enganchado a mi anzuelo apenas llego a la orilla, provoco un gran revuelo y decenas de pájaros se lanzaron sobre el mismo. En cuestión de segundos lo habían despedazado. Asustado por aquella salvaje acometida, decidí abandonar por aquel día la pesca.
Si la enfermedad me permitiera levantarme, lo haría. Abriría la ventana y expulsaría aquella visita no deseada. Pero eso será imposible. Ahora se que ha venido para ser testigo de mis ultimas horas.
-- Una tarde de verano --
ResponderEliminarA ver, chica...
! Chica !
Estás en Babia ?
Qué es Babia ?
Babia es un lugar precioso. Se hizo conocido porque es a donde iba el Rey cuando quería descansar.
A veces lo agobiaban tanto en el palacio que se tenía que escapar. Y entre todos los lugares que llegó a conocer fue el que más le gustó.
Era precioso. Lleno de árboles y lo atravesaba un río llamado Luna.
-No, estaba pensando en lo que me dijo papá el otro día: que había un hombre a una nariz pegado.
Es que me dice unas cosas...
Yo también lo oí. No te engañó.
Pero eso no puede ser,
Sí, sí que puede ser,
Tú eres capaz de coger tu nariz con la mano y sacártela ?
no, porque mi nariz está dentro de mi cara.
- Como si estuviera pegada ?
Igual que la del hombre.
A veces las palabras pueden engañarnos.
No te cansas de estar ahí sentado tanto tiempo sacando hierbas ?
Sólo saco las malas, las que estorban a las otras. Las malas hierbas.
Pero nunca terminas. Cuando acabas por un lado vuelven a salir por el otro.
! Tengo una idea !
Voy a buscar las tijeras. Las cortamos y ya está.
" SOLUCIONADO." No tienes que estar ahí arrancándolas, que es tan pesado.
Entonces crecerían más rápido. Queda la raíz al aire y coge más fuerza.
Cuando no se hacen las cosas que parecen tan fáciles es por algo. Si no, seríamos tontos.
Acuérdate de aquel día que te cayó el lazo del pelo. El de cuadros, el que tanto te gustaba. Y se formó aquel nudo enorme, te acuerdas lo que nos costó deshacerlo?. Pero lo dejamos entero.
Yo, igual que tú, tenía la impresión de que los mayores no hacían las cosas bien ( como si no pensaran ).
Y un día me dijo mi madre:
" nunca cortes lo que puedas desatar "
Y, aunque en ese momento no lo entendí muy bien, no lo olvidé jamás.
Yo quería mucho a mi madre.
La admiraba y la quería mucho. En el fondo quería parecerme a ella.
! Y yo a ti, abuelo !
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ResponderEliminar-Viaje a Las Batuecas-
ResponderEliminarEsta tarde de regreso a casa, sin fijarme muy bien en lo que pasa y después de algún viraje, me veo reflejada delante de la Agencia de viajes.
" Las Batuecas "
( Viaje Estrella )
Por favor, pasen y vean.
Un dependiente, vestido de forma atrayente y de lo más elocuente, me mira con expectación y empieza así su función :
" Es un viaje soñado". Y además es regalado.
Y dónde está el truco ?
No hay ningún truco.
Necesita una maleta y un compañero viajero. Mejor si es un poco astuto.
Yo le ofrezco la maleta, las condiciones pactadas y una lista con las cosas adecuadas.
! Pues vamos allá !
1) primero llevará una medicina prodigiosa. Puede ser la que esté tomando ( se volverá milagrosa)
2) Después un olor envolvente la llevará a donde quiera su mente
3) Unas gafas de quita y pon. Según vea la ocasión
4) Habrá una mentira mentirosa. Que hará verdad cualquier cosa
5) Mire: un bolígrafo inteligente. Borrará lo que no sea pertinente.
6) Un paraguas repetido. Sino, no tendría sentido. Dos mangos ha de tener para que se abra a la vez.
7) Esta le va a encantar:
un puchero de lentejas exiliadas.
! Por fin las voy a olvidar !
Toda la vida escuchando " si quieres las puedes dejar "
8) Aquí hay un tenedor inservible. Total, para qué lo quiere si no hay nada comestible?
9) ! Ah, mira ! por ahí viene una ardilla. Se hará gigante, gigante. Una ardilla extravagante.
10) ! Ehhh ! que se nos olvida una...
! Ahhh!... la envidia, la envidia que tanto fastidia,
" Da igual " es la que menos promete,
-Ya, pero va en el paquete,
¿ Y no podría haber un remedio ?
Podría... son 500 €
500 € ? Si cuesta más que el viaje (! menudo este porcentaje ! )
Usted verá...
Puede ver a la Bruja Ramira " la que cura todo lo que mira "
! Qué coincidencia, 500 € !
! Mira tú la cuestión !
! Menuda desilusión !
-- UN ALTO VUELO --
ResponderEliminarHay algo peor que una jaula ?
Sí, tener las alas rotas.
Imagina un pájaro, imagina una gaviota, imagina una persona... con las alas rotas.
Yo conocí una gaviota muy especial. No tenía las alas rotas pero quería volar más alto.
Su ansia de superación era tan grande que apenas podía controlarla.
A menudo se escapaba de la bandada y se podía a practicar haciendo piruetas en el aire. No le importaba demasiado ir de playa en playa buscando comida. Lo que le importaba, sobre todo, era aprender a volar mejor.
Las gaviotas destacan por su forma de planear.
Su precioso vuelo sin embargo no les permite elevarse muy alto.
Esto lo sabía bien Juan Salvador Gaviota. De ahí su continuo esfuerzo para conseguirlo.
Fueron muchas horas, muchos golpes, muchas caídas. Y acabó consiguiéndolo.
Lo que no había podido imaginar era lo que vendría a continuación: ya no iba a poder parar.
Seguiría aprendiendo, cada vez más y más.
Era el sentido de la vida lo que había descubierto. No podría parar nunca.
Se trata, pensaba, de ir subiendo etapas. Como una obligación. Como si fuera un camino de perfección.
Lo que aprendí de esa gaviota es que no podemos, no debemos ponernos límites.
"Naciste con potencial,
Naciste con ideales y
sueños,
Naciste con alas,
No te arrastres, que
no estás hecho para
eso,
Aprende a usarlas y
vuela "
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ResponderEliminar¿ POR QUÉ NÁPOLES ?
ResponderEliminarAbuela ¿Qué hacemos en Nápoles?
¿No era Venecia?
Sí, era Venecia
Nápoles es solo una chispa que nos trajo el viento caliente todavía.
Una partícula atrapada en el mar.
Nos han dado una habitación con vistas (como en la novela de E.M. Foster)
Mirar a distancia es muy importante. Siempre descubres cosas.
¿Te apetece que demos un paseo?
Sí, es bonita esta ciudad, alegre, bulliciosa, llena de vida.
Ayer mientras te esperaba leí en el periódico una noticia que me llamó la atención.
Se refería a un perro:
estaba dentro de una casa en medio de un incendio. Un bombero se dió cuenta y fue a rescatarlo. Y lo salvó. Se salvaron los dos.
Después extenuado fue a sentarse a un banco.
Al cabo de un rato, poco a poco, el perro se fue acercando. Cuando estuvo junto a el aún con la cara quemada empezó a lamerle el rostro.
Por suerte había un fotógrafo que observo la escena y pudo filmarlos.
Resultó que el perro era una perra y estaba embarazada.
Estas son las noticias que te devuelven la ilusión por vivir. La convicción de que vale la pena.
Y al mismo tiempo te hacen reflexionar pensando en aquellas ocasiones en que quizás ocurriera lo mismo y sin el mismo final.
Mira ahora: la montaña que contemplabas desde la ventana.
Es el volcán . El maléfico volcán que destruyó todo: casas, jardines, personas... todo lo convirtió en ceniza. "Pompeya entera la convirtió en cenizas"
Fue el Vesubio.
Una mañana de verano del mes de agosto la gente, como tu y yo ahora, iba y venía haciendo planes.
Hacía sol. El cálido sol del Imperio Romano. Pero esa no iba a ser una mañana cualquiera. En pocas horas todo cambió. Se empezó a nublar. Y comenzó a oírse una lluvia de cascotes. A lo lejos primero, y poco a poco se fue acercando.
¡Y aquello fue una desolación!
La ciudad bulliciosa y alegre fue desapareciendo.
Olivia, se nos está haciendo tarde.
Dentro de unas horas tenemos que coger un avión para Venecia ¿Recuerdas?
Sí, lo recuerdo.
Siempre recordaré este viaje.
Recordaré que así fue como una masa verde y espesa cubrió la ciudad para siempre.
09/12/2024
SOMBRAS NADA MAS
ResponderEliminar- Apenas veo nada.
- No importa. Tampoco aquí hay demasiado que ver.
Las sombras se deslizaron por el sendero a través de la espesa niebla. La noche, oscura y húmeda, sucedía a un día frio y desapacible. El viento traía el sonido de la sirena del puerto, que avisaba a los pesqueros rezagados. Una espesa bruma cubría la bocana y dificultaba la entrada a la dársena.
Las aceleradas pisadas rasgaban el sosiego del bosque. El camino, tras un ligero descenso, finalizaba en un pequeño promontorio sobre una escueta playa flanqueada por elevadas rocas. La sombra mayor fue a sentarse sobre los restos de un antiguo muro, mientras la otra, nerviosa, se mantenía en pie, dando cortos pasos sin desplazarse del lugar en que se encontraba.
Un ligero ronroneo comenzó a escucharse confundido con el rumor del oleaje. Poco a poco el sonido fue en aumento. Entonces apareció en la playa un hombre sujetando en alto una potente linterna.
En cuestión de segundos una planeadora se acerco a la orilla. Una decena de jóvenes acudieron a recoger las cajas y fardos que les lanzaban desde la embarcación.
No se escuchaba una sola palabra, tan solo el ruido producido por el incesante trasiego. En dos o tres minutos, desapareció todo. La lancha una vez vaciada volvió al mar. Cajas, fardos y porteadores desaparecieron tras la arboleda, donde sonó el arranque de unos motores. Después nada, ni un susurro.
Las sombras comenzaron el camino de vuelta.
- Bueno, todo fue según lo previsto. Un trabajo perfecto.
- Si, si, todo bien y lo mio ¿como queda?
- Tranquilo alcalde, tu y tu partido recibiréis vuestra parte, como siempre.
VALS
ResponderEliminarHa llegado el día. Nada, en la luminosa mañana primaveral, lo hacia presagiar. Me desperté con el griterío de una tupida nube de estorninos que volvían tras pasar el invierno en el sur. Pronto pasarían tórtolas y cigüeñas.
Animado por aquel sol que apenas comenzaba a dar algo de calor, me encaminé hacía el pueblo, pensando en un jugoso desayuno en la taberna de Lucio. Dejé a Fernández al cuidado de la casa y, este quedo muy serio sentado en el porche.
Aquellos últimos días de Abril habían bordado de flores rojas, amarillas y violetas, las laderas que descendían hacia el fondo del tranquilo valle. Allí el rio comenzaba a perder el brillo y la espuma de sus torrenciales cascadas, para asentarse en largas tablas sombrías y silenciosas.
Al llegar me llamo la atención un coche grande, negro y con los cristales tintados, aparcado frente al banco. Entre en el bar, pedí mi desayuno e intente sonsacar a Lucio acerca del Mercedes de la calle. Dos hombres habían llegado temprano y se alojaban en el hotel.
Al primero de ellos lo reconocí enseguida. Ocupaba la mesa del rincón umbrío de la terraza. Cuarentón, algo pasado de peso, calva incipiente y traje barato que se le había quedado estrecho. Hojeaba distraídamente un periódico, frente a una taza de café, mientras fumaba un cigarrillo.
El otro era mucho más joven, apenas debía ser un aprendiz. Groseramente llamativo, lucia una abundante cabellera rubia, recogida en una pequeña coleta. Uniformado con vaqueros, cazadora de ante con flecos y botas de falso cuero imitando el dibujo de una piel de serpiente. No parecía que le gustase pasar desapercibido.
Por fin han venido. Sabia que ocurriría en algún momento. Esta gente nunca deja un cabo suelto. Justo lo que soy yo.
Aquí les espero, sentado frente a la chimenea. Viendo la danza de las llamas, que bailan al compás de sus crepitantes, irregulares notas sueltas de una lejana melodía.
Desde mi sillón cubro perfectamente la entrada por puerta o ventana, sin que a mi puedan verme en esta oscuridad. Sobre mis rodillas mi fiel Kalashnikov y en mi sobaquera una Glock G-19. En el bosquecillo cercano el coche con las maletas cargadas preparado para la huida.
La entrada trasera, por la cocina, la cubre Fernández, enroscado en el suelo. En escasos segundos, el mastín destrozará el cuello de quien intente entrar a la casa.
UN ENANO EN LA OSCURIDAD
ResponderEliminar- Apenas veo nada.
- No importa. Tampoco aquí hay demasiado que ver.
- Entonces no entiendo para qué coño me has traído a este lugar – dijo el pragmático.
- Bueno, es que tengo que encontrar al maldito enano – respondió el creativo.
- ¿Un enano en este agujero negro?
- Si, el cabronazo es cada vez más esquivo y trata de ocultarse de mí en los lugares más remotos. Sé que está escondido en esta oscuridad.
- ¿Aquí? – rezongó el pragmático – Pero si aquí no hay nada de nada. Lo único que noto es el impacto punzante de las partículas de espacio-tiempo y antimateria en la cara, y como la gravedad extrema va convirtiendo mi cuerpo en un chorro de plasma. Venga, larguémonos de una vez.
- No seas cobardica, coño – respondió el creativo – te digo que el enano se oculta aquí. Puedo percibir el halito aguardentoso de su aliento por encima de este olor a electrones destrozados.
Y acto seguido, la voz amenazadora del creativo reverberó furiosa en aquel baldío interestelar, tan solo poblado por las teorías de Einstein y Hawking.
- ¡Estrooo! ¡Estrooo! ¡Es inútil que te escondas! No me lo pongas difícil. Sabes que acabaré encontrándote, como siempre.
Y así fue. Guiándose por el etílico aroma que despedía el huidizo borrachín, el creativo y el pragmático que, tal vez por efecto de la extrema gravedad o de los fríos restos de supernovas y enanas blancas que poblaban el lugar, ya se habían fundido en un solo ser, acabaron atrapándolo por la barba, y a pesar de sus furiosos pataleos, lo condujeron hacia la luz que se divisaba al fondo del tenebroso vórtice cósmico.
Casualmente, aquella luz era la del flexo del escritorio del creativo-pragmático. (Abstente, lector de consultar a Einstein, Doppler o Planck, porque no encontrarás ninguna explicación a esto). Allí, el escritor, tras escanciar una larga copa de aguardiente que ofreció como desagravio al irritado enano, acariciándole la maltratada barba le conminó con voz melosa:
- Venga, Estro, no seas así… que mañana tengo que presentar un trabajo, hombre.
- Bueno… hala… va... – refunfuñó el enano. Y tras echarse al coleto un generoso trago, comenzó a perorar unos sonidos inarticulados en el incognito idioma de los estros.
Y nuestro “autor”, a su dictado, comenzó a escribir:
“Apenas veo nada. No importa. Tampoco aquí hay demasiado que ver…”
VALS PARA EL CIELO Y LA TIERRA
ResponderEliminarEste vals no es para la Academia.
Ni para envarados estetas de brillantes salas de concierto.
Ni para que broten suspiros de pechos resecos bajo collares de perlas.
Ni para sesudos críticos insensibles a la miseria humana.
Estoy fumando y tocando sobre este paramo desolado.
Y este vals es para los grillos y las cigarras.
Y para esas aves migratorias del horizonte,
para que, sirviendo de humilde contrapunto a su melodía de música sublime,
se lo lleven con ellas, lejos, a través de bosques umbríos y azules océanos
para acompañar las salomas de nostálgicos marineros apátridas,
en placidas ensenadas con mástiles meciéndose bajo cálidos cielos tropicales,
o en bajeles cubiertos de escarcha y auroras boreales en puertos helados.
Pero mientras, aquí, yo seguiré tocando mi vals sobre esta tierra
para que su lluvia de notas como palabras
y acordes como oraciones
calando el humus bajo mi piano
llegue hasta el tuétano de los huesos de los soldados que yacen bajo este campo de batalla
y al corazón de los campesinos que nunca quisieron abandonarlo
.
Pero no te preocupes chica triste del acordeón.
Sé que este cielo y este yermo te parecen sombríos.
Por eso, algún día, me asearé, me cortaré el pelo, me afeitaré.
Y como Rubinstein, Benedetti Michelangeli, Sokolov, Rachmaninoff o tantos otros.
iré a ocupar mi lugar en los pianos de cola de los genios.
De la academia. De las salas de concierto. De los collares de perlas.
De los melómanos que jamás han hundido las manos en la tierra.
¡Qué lugar más frio!
Pero lo haré por ti. Por ganarte, mi amor.
Pero ahora, hoy, solo hoy, déjame fumar, tocar y llorar mi vals aquí.
Aquí.
HISTORIETAS CON CAJAS
ResponderEliminarArte degenerado
Antes de ver lo que Arturito, el repetidor, llevaba en su caja de pinturas, Don Leonardo, el profe de dibujo, cogió carraspeando la lámina. “Intolerable” gruñó. Aunque aquella confusa mezcla de manchas de colores y líneas zigzagueantes no dejaba de tener un punto de armonía e incluso una cierta belleza, era intolerable. Arte degenerado. Que se había creído aquel mocoso. Asestándole una colleja, le conminó a abrir el estuche. “A ver que llevas ahí dentro”. A regañadientes y con las orejas en llamas, Arturito entonces abrió la caja con mucha precaución. Dentro, entre una colección de húmedos tampones multicolores, aún se paseaban inquietos y embadurnados en tinta un grillo, una hormiga y un ciempiés. Al pobre repetidor, esta vez le cayó un vigoroso coscorrón.
Evidentemente, la estrecha mente academicista del viejo carcamal no estaba en condiciones de asimilar el arte vanguardista de los laboriosos y diminutos “Miró”, “Kandinsky” y “Pollock”, ni mucho menos el de su adiestrador Arturito.
El supremo hacedor
El supremo hacedor cuando se aburría se dedicaba – un hobby como otro cualquiera – a crear universos y mundos. Luego los guardaba en cajas y los almacenaba en una de sus infinitas estanterías. Si un día creaba una galaxia, la guardaba en una caja y le ponía una etiqueta: “Andrómeda”. Otro día creaba una nebulosa y la guardaba en otra caja con su etiqueta: “Orión”. Y así iba acumulando infinitas cajas llenas de estrellas, planetas, agujeros negros, asteroides y cometas. Normalmente se olvidaba de sus creaciones y dejaba que el contenido de su estantería a la que había llamado “Universo” se ordenara y gobernara por si misma creando sus propias leyes. Pero como todo padre creador tiene sus hijos predilectos, sentía debilidad por un planeta azul de la Vía Láctea, sobre el que, en un momento de debilidad, había depositado dos seres dotados de lo que él llamaba un “alma” a su imagen y semejanza. Así que un día, contra su costumbre, movido por la curiosidad se dijo: “A ver qué tal les ha ido a esos dos” y buscó la etiqueta que ponía “Planeta Tierra”. Entonces abrió la caja con mucha precaución y lo que vio no le gustó nada. El solo quería que los dos fueran felices en su jardincillo, pero se habían multiplicado muy rápidamente y aquellos idiotas habían creado naciones, ideologías, gobiernos y ejércitos. Por todas partes del antaño hermoso planeta reinaban el odio, la estupidez, el caos y la destrucción. A pesar de su omnipotencia tuvo que reconocer que el asunto se le había ido de las manos y que ahora no sabía cómo manejarlo. Cerró la caja horrorizado y la depositó de nuevo en la estantería para olvidarla.
- En fin – se dijo suspirando – rectificar es de sabios: en la próxima Creación excluiré a los manzanos y las serpientes.
Mago chapucero
El gran mago Vasili Racanovich, que se autoproclamaba discípulo de Rasputín, estaba desconcertado. Los espectadores aplaudían apasionadamente, pero el pequeño Tomasìn no aparecía por ninguna parte. ¿Qué había pasado con aquel maldito trasto? ¿Dónde se había metido aquel mocoso? Él lo había puesto de pie en la angosta caja y la había serrado por la mitad como siempre. Como en todas las funciones, sonó la música grandiosa: ¡¡¡Tachaaan!!!. Entonces abrió la caja con mucha precaución y atónito vio como salían saltando, intactos, un niño chino, otro africano y una niña de rasgos caucásicos a los que jamás había visto en su vida. Pero ninguno era el dichoso Tomasín. El éxito del mago era incontestable, pero no podía disfrutarlo porque mientras se deshacía en reverencias al público, ahora por el rabillo del ojo veía en el fondo de la caja al pobrecillo Tomasín, que, con mirada vidriosa y cortado por la mitad, le guiñaba un ojo.
DÍGAME LA VERDAD
ResponderEliminarPues yo no se donde leí o alguien me contó una historia sobre una niña de 9 años Amelia. Amelia se encontraba en uno de esos momentos cruciales en la vida de una persona.
Hace mucho tiempo, todavía no había llegado Papá Noel a España.
Los Reyes magos eran los Reyes absolutos. Y su magia era tan
grande que a Amelia le parecía que podían resolver cualquier cosa
que se le ocurriera.
La primera vez que su padre la llevó a ver una Cabalgata había tanta gente en la calle que acabó subiéndola sobre sus hombros. Y el estar situados en una esquina la obligaba a verlos un poco de refilón.
Pero no le importaba. Y como además era tímida, tenía tanta fe en
ellos que lo único que le preocupaba era que supiesen que estaba
allí.
Después ya en casa, con toda la emoción que las embargaba, su hermana y ella se encargaban de limpiar los zapatos para dejarlos colocados en la cocina.
Cuando despertaban eran lo primero que hacían: ir a la cocina.
Sabían que encima de cada uno habría un regalo. Y además una
carta comunicándose con ellas, en la que les decían el número de
regalos que tenían que buscar. Porque siempre los escondían.
Normalmente los encontraban pronto. Menos aquella vez que faltaba uno.
¡ No había manera !
Hasta que su madre, harta de oírlas, salió de su habitación, se dirigió a la sala y encendió la luz.
¡ Y, oh maravilla, apareció !
En la lámpara. " Para Amelia, ponía ".
Perpleja, miró a su hermana.
Y solo entonces abrió la caja con mucha precaución.
Y su cara lo dijo todo.
Si había algo que deseaba sobre todas las cosas era esa muñeca: " Lily "
Lily era la protagonista de su película favorita. Tenía 15 años, era
francesa. Con el corte de pelo que tanto le encantaba. Y el
sombrero, sobre todo el sombrero.
Se sintió completamente feliz.
Hasta que volvió al colegió. Ahí empezó todo.
Cuando comenzaron a decirle que los Reyes Magos no eran los Reyes Magos. Que eran un engaño.
¿ Cómo un engaño ?
Y le metieron la duda.
Y lo peor: no se atrevía a preguntar.
Y lo peor aún: tardaba en dormir dándole vueltas.
En una de ellas se le ocurrió la idea.
Había oído hablar a su padre de un periodista que le gustaba porque decía la verdad.
Un día se armó de valor y le escribió.
Sr. Carrascal: mi padre siempre dice que usted no miente
- Por favor, dígame la verdad.
- ¿ Los Reyes Magos existen ?
- " Querida Amelia: Claro que existen "
Y si no existieran tendríamos que inventarlos.
CUATRO HABITACIONES
ResponderEliminarA veces me asaltan borrosos recuerdos de mi infancia. Relámpagos como retales de una memoria olvidada. Dos de ellos me invaden con una mayor nitidez. Aquellas tardes del año 52, junto a mi abuelo, escuchando las retransmisiones de la olimpiada de Helsinki, donde una desconocida Hungría, se alzaba con el triunfo.
Por otro lado, el día en que acabo mi niñez. Fue cuando a una de mis preguntas se me contesto con un “No lo se”. Hasta entonces yo pensaba que los mayores lo sabían todo. Primera decepción.
Así abandone la habitación de mi infancia para adentrarme en la adolescencia. Los cambios que se iban produciendo me causaban una cierta ansiedad por las expectativas que se abrían ante mi.
Estas alteraciones no solo me afectaban de forma física y emocional. Los amigos pasaron de ser aquellos con los que jugaba al peón y las chapas a la salida del colegio, a otros con los que hablar de chicas y jugar al billar y futbolin a la salida del instituto.
La sexualidad se presento sin previo aviso, perturbando mi, todavía voluble, concepto de la amistad. Las muchachas, hasta entonces ajenas por completo a mi mundo infantil, comenzaron a provocarme un cierto interés. Interés, que al parecer, ellas no sentían en absoluto. Segunda decepción.
Entonces llego el momento de cruzar la siguiente puerta, irrumpiendo en la alcoba de la cordura. Fue cuando comprendí que las puertas que atravesamos, se cierran tras nosotros negando la posibilidad de regresar a nuestro pasado, más que con la memoria.
Esta es la mayor estancia de la casa. En ella se encuentra la mayoría de lo aprendido, los aciertos, los errores y los secretos. Aquí desarrollamos una gran actividad en múltiples direcciones. Familia, trabajo, amistades, aficiones y tantas otras tareas en las que ocupamos nuestro tiempo. Nos marcamos objetivos que perseguir aunque no alcanzamos a obtenerlos todos. También en este cuarto sufrimos los pesares de la traición de aquellos en los que confiábamos. Tercera decepción.
Finalmente llegamos a la cuarta y última pieza. Ya solo queda rememorar nuestro pasado y disfrutar de lo que nos ofrece el presente. Ante nosotros se alza la puerta que nos conducirá a la nada. Que pondrá punto final a ese fugaz y efímero destello que ha sido nuestra vida. Es aquí cuando nos arrepentimos, no de lo que hemos hecho, sino de lo que dejamos de hacer por miedo y cobardía. De las palabras que no dijimos. De los afectos que no expresamos. Cuarta decepción.
PROGRAMACIÓN MATINAL
ResponderEliminarCreo que lo ocurrido esta mañana, marca un punto de inflexión en nuestra relación. Como sin darle mayor importancia subió el volumen de la música que sonaba en aquel pequeño cuarto.
Comenzó a canturrear mientras me lavaba la cara con aquellas esponjosas toallitas perfumadas. Así comenzaba el ritual cada mañana, por lo que no le di ninguna importancia. Entorne los parpados concentrando mi atención en las palabras que había elegido para el programa matinal.
En los días previos expuse con cierta vehemencia mis opiniones acerca del cambio climático y las catástrofes que nos acechaban. Había recibido algunas criticas, pero numerosos apoyos. Paladeaba cada palabra en la que pensaba como si yo mismo la hubiera inventado.
Mientras Lourdes me maquillaba, entre en un estado semiinconsciente del que pase directamente al sueño, como si fuese un bebe recién amamantado.
Desperté bruscamente, sintiendo una fuerte opresión en el pecho, que me impedía una normal respiración. Estaba en el suelo y la maquilladora se había arrojado sobre mi. Susurraba lascivas palabras en mi oído, al tiempo que me acariciaba de forma apasionada.
De un salto me levanté y comencé a afearle su conducta, aquello no estaba bien. Se disculpo, según dijo fue un arrebato, un impulso incontrolado. Me rogó que no se lo tuviera en cuenta, que estaba muy contenta con su trabajo y no quería perderlo.
Por supuesto que no voy a tenerlo en cuenta. Es una gran profesional y quiero que siga trabajando con nosotros. Pero a ver como la convenzo de que a pesar de la fama que arrastro no soy lesbiana.
ECOS
ResponderEliminarTras los cristales, en la calle, se oían enardecidas canciones patrióticas. En el interior de la casa vacía sonaban, cada vez más débiles, los ecos del pasado: El eco de los gruñidos de satisfacción del abuelo, afeitándose ante el pequeño espejo sobre el aguamanil, mientras escuchaba las notas que provenían del piano de la habitación contigua, donde la niña interpretaba desmañadamente un preludio de Chopin. El eco de la melodía tarareada por el niño, que sentado muy formal en la silla acompañaba a su hermana. Desde la pieza situada más allá llegaba el eco del traqueteo de la máquina de coser manejada por la madre y el eco de los tiernos comentarios del padre, mientras preparaban la canastilla para el nuevo hermanito a punto de nacer. Con el paso del tiempo los ecos fueron desvaneciéndose poco a poco, hasta que en la casa reinó el silencio.
A cientos de kilómetros, las chimeneas de los crematorios de Auschwitz escupían su humo negro mancillando el esplendoroso cielo primaveral.
Al mismo tiempo, tras los cristales de la casa anegada de polvo y de silencio, en el alero trinaban los gorriones mientras abajo en la calle continuaban sonando inflamadas canciones patrióticas
EL GUARDIAN ANTE EL UMBRAL
Deseaba cruzar el segundo umbral. Pero allí estaba el guardián. Aunque era ciclópeo, no podía verlo. Pero sabía que estaba allí. Haciendo acopio de valor traspuso la primera puerta. Cuando se acercó a la segunda supo por el crujido de la silla que soportaba su enorme peso, que el guardián se había levantado para interponerse ante el umbral. Para exigir su tributo. Adivinó sus ojos azules, en los que quiso ver un destello compasivo. Pero las uñas sucias de su mano extendida tan solo revelaban la avidez de un mercader. Depositó en la mano callosa todas las monedas que llevaba encima. Pero la mano seguía extendida. Rebuscó dentro de sí, en ese monedero que él llamaba, pretenciosamente, alma y depositó en ella monedas de oro, monedas de amaneceres nuevos, monedas de expectativas, monedas de sueños. El guardián pareció darse por satisfecho, porque la silla crujió de nuevo bajo su peso cuando volvió a sentarse. Entonces, ante el umbral expedito supo que este era tan solo un espejo. Y era un espejo despiadado. Porque al otro lado del azogue estaba él y la primera habitación de la puerta desportillada, la pequeña mesa y la jofaina. Le faltó valor para romperlo y retrocedió derrotado. Allí, tras aquella primera puerta, tendría que sobrevivir con las pocas monedas de plomo que le quedaban. Monedas de pastosos amaneceres grises, monedas de indescifrables sueños que era incapaz de recordar y monedas de interminables días oscuros impresos en tinta negra y roja en la banalidad de un calendario. Haciendo tintinear las que le había arrebatado, desde su silla el imponente centinela invisible le susurraba con voz ronca: “Tu eres el verdadero y único guardián ante el umbral”.
CIERRE A BLANCAS
ResponderEliminarComo la eternidad resultaba muy aburrida, dios y el diablo jugaban una partida de dominó. Como buenos ludópatas, tenían que jugarse algo. Entonces el diablo puso sobre la mesa una nuez. “¿Una nuez? ¿Es que quieres tomarme el pelo?” dijo el anciano mesándose la barba blanca. “No, tonto, la nuez es tan solo la imagen de ese planeta, el tercero del sistema solar, de cuya creación estuviste en su día tan orgulloso y que ahora tienes tan olvidado. No es que valga mucho, desde luego, pero me he encaprichado de él, y si gano quiero abrir la nuez para ver si aún contiene algo de interés” respondió el maligno. “Ah, sí. Ese, – respondió el todopoderoso ahogando un bostezo – venga juguemos”. Y jugaron. Y naturalmente, con su alma negra de especulador, mucho más diestra en cuestiones numéricas que la del viejo, ganó el diablo con un cierre a blancas. Haciendo gala de un encomiable espíritu deportivo, el divino vejestorio alargó su cascanueces de plata al cornúpeta diciendo “Ábrela con cuidado. Separando los dos segmentos de la cascara, sin romperlos, por ahí, por lo que sus habitantes, esos cretinos, llaman el ecuador. Así podrás ver mejor lo de dentro”. El ángel sedicioso, por una vez obediente a las instrucciones de su creador, ejecutó la maniobra con gran precisión. Luego a la vista del contenido, tras emitir un bufido sulfuroso, exclamó: “¡Oh no! ¡Un cerebro seco! ¡Un cerebro estéril y degenerado! ¿Para qué coño quiero yo este engendro?”. Y echando llamas por las orejas, arrojó aquel fruto inútil al fondo de un agujero negro.
Así fue como a causa del dominó, – blanco y negro – quedamos para siempre dejados de la mano blanca de dios y de la garra negra del diablo.
EL ABUELO
¿Recuerdan aquella canción de Silvio Rodríguez en la que solamente calmaba la añoranza de la amada lejana comiendo aceitunas? Pues lo mismo nos pasaba a nosotros con la ausencia del abuelo muerto. Solo que en nuestro caso la calmábamos comiendo nueces. El adorable vejete nos había proporcionado ratos muy felices con sus chistes y sus divertidos relatos de juventud. Hasta hoy, en que, mientras nos contaba una de sus trepidantes aventuras de superviviente de la batalla del Ebro, el pobre de repente se quedó como un pajarito. Y allí estaba, tieso en su silla de ruedas, mientras nosotros, que no nos decidíamos a llamar a la funeraria, calmábamos nuestro dolor e indecisión comiendo nueces. Papa lloraba y comía nueces. Mama gemía y comía nueces. Mi hermana Mari Pili sollozaba y comía nueces. Yo, lo mismo. Entre tanta llorera, lo único que teníamos claro era que nos negábamos a quedarnos sin la presencia del abuelo.
Al final, fue papá el que tomó la resolución. Tras retirar las cascaras de nuez, sacó la caja del dominó y esparció las fichas sobre la mesa. El perdedor de la partida tendría que apuntarse a un curso acelerado para taxidermistas.
POPEYE
ResponderEliminarCada mañana, tras levantarse, se asomaba a la ventana para contemplar su obra. La empresa que había conseguido levantar tras años de duro esfuerzo. Se podría decir que era, posiblemente, la mejor piscina privada de Madrid. Situada en el distrito de La Latina, ocupaba una extensa superficie entre el Paseo de los Olmos y la calle Sepulveda.
Además de la formidable piscina con zonas de distinta profundidad, disponía de una extensa pradera bien cuidada. Una cafetería y restaurante que estaban abiertos todo el año, completaban el cuadro.
Don Eugenio se había jubilado, el negocio ahora lo llevaban sus dos hijos, pero el acudía todas las mañanas a la cafetería, donde se sentaba siempre en la misma mesa con un cuenco lleno de nueces y un juego de domino, con el que retaba a todo el que se le acercase.
Durante el juego se dedicaba a comer nueces, que partía de una forma peculiar. Ponía la nuez bajo el dedo corazón de la mano izquierda y descargaba un golpe con el puño cerrado de la mano derecha. El estrépito de la nuez al partirse competía con el recio sonido de la ficha golpeando sobre la mesa.
Era un experto en todos los estilos, bien fuera bloque, bergen o tren mexicano. El o su equipo siempre se alzaban con la victoria. Pero lo que prefería por encima de todo era una modalidad que nombraba con una indescifrable y extraña palabra, que pronunciaba con un pretendido acento francés, forzado y petulante. Se trataba de un duelo en el que un jugador cogía siete fichas y el contrario las veintiuna restantes. Con siete o con veintiuna, Don Eugenio siempre ganaba, soltando una atronadora risotada y rompiendo con un escandaloso y estremecedor sonido una de sus nueces.
Un día gris con poco trabajo, uno de los camareros, al que apodaban Popeye, se acerco a su mesa, se sentó frente a el y le pregunto: ¿ Don Eugenio. Usted con siete o con veintiuna ?. Le miro con sorpresa, aquel joven se atrevía a retarle. Displicente cogió siete fichas y contesto: Tu sales.
Las escasas personas presentes nos acercamos a presenciar aquella inédita partida. Apenas se habían jugado un par de turnos cuando, de golpe, Popeye coloco todas sus fichas una detrás de otra, sin que su oponente pudiera hacer otra cosa mas que soltar un desgarrador alarido, seguido de un ataque de tos que tuvo como consecuencia la expulsión de diminutos trocitos de nuez, que impactaron en la cara y la ropa de Popeye y de todos cuantos nos habíamos acercado a la mesa.
Pasado el primer momento de confusión, comenzaron unas tímidas risas, por encima de las cuales se escuchó la voz de la señora Isabel.
Vale, los señores se han divertido, ahora tendré que fregar el suelo otra vez.
SILENCIOS Y MURMULLOS
ResponderEliminarAl menos un par de veces al mes, mi abuela y mi madre visitaban a Doña Clara. En ocasiones, siendo yo niño, me llevaban con ellas. Pasaban la tarde jugando al parchís o a la canasta, mientras María les servia la merienda. Sus conversaciones, siempre en voz baja, estaban más pobladas de silencios que de palabras.
Doña Clara era de la edad de mi abuela, se conocieron de niñas y mantenían una lejana amistad. Vivía sola, acompañada por dos sirvientas.
La casa, en las afueras de Madrid, estaba rodeada por unos altos muros, sobre los que crecían hiedras y trinitarias. Se entraba a través de una puerta enrejada que permanecía siempre abierta. Desde allí se seguía una empinada vereda, flanqueada por una hilera de esbeltos y elegantes álamos, que conducía a la puerta principal.
Al poco de llegar, la sirvienta más joven, me llevaba a la cocina, donde me preparaba un vaso de leche con galletas. Aquellas tardes eran aburridas, por lo que al menor descuido de Milagros emprendía la fuga.
Me gustaba corretear por el espacioso y cultivado jardín. A veces pasaba toda la tarde sentado en un pequeño banco, situado junto a un pequeño estanque, donde nadaban unos pequeños peces rojos. Los días de frio y lluvia me quedaba en la casa, moviéndome por sus pasillos y escaleras, procurando no hacer demasiado ruido.
Un día entre en una habitación al fondo del pasillo del primer piso. Estaba tan solo ocupada por una butaca y un piano con su taburete. Me acerque con curiosidad, levante la tapa y quede atrapado por aquella formación de teclas blancas y negras. Al pasar mis dedos sobre ellas comenzaron a brotar sorprendentes sonidos.
Con una confianza recién adquirida, fui golpeando aquellas teclas cada vez más fuerte y más rápido. De pronto, entro María, me cogió de la mano y sin decir una sola palabra me llevo de nuevo a la cocina. Cuantas veces volví, siempre encontré la tapa del piano cerrada con llave.
Muchos años después, volví a la vieja casona acompañando a mi madre. Subimos el sendero ahora bordeado por unos arboles raquíticos y enfermizos. En el abandonado jardín, cubierto de cardos y ortigas, el seco y enlodado estanque ya no daba cobijo a ningún pececillo rojo.
En la cocina una avejentada Milagros me saludó efusivamente. Charlamos de los tiempos pasados mientras me tomaba un café. Después los pasos me encaminaron a la salita de la primera planta. Permanecía tal cual la recordaba. Me senté frente al piano, levantando la tapa con sumo cuidado y posando mis manos sobre su teclado.
Apenas comenzaron a desgranarse las primeras notas del Réquiem en re menor, se fueron apagando los murmullos de los asistentes al velatorio.
- SUCEDIÓ UNA NOCHE -
ResponderEliminarIba a empezar a cenar cuando me vino una duda sobre el significado de una palabra.
Sin pensar cogí el móvil y entré en Google.
Así...tan fácil...
Y entonces ocurrió.
Toda la pantalla parecía ocupada. Me llamó la atención.
Pero en cuestión de segundos me quedé perpleja. Se trataba de un
texto que hacía referencia a unos hechos vividos por alguien.
Como una página de un libro.
La sorpresa me la llevé cuando empecé a leer y me dí cuenta de
que yo también estaba en el relato.
Sucedía en un vuelo de París a Madrid. El autor estaba describiendo el momento del despegue del avión. Se empieza a fijar en los tejados de las casas de París y, como si de un flash se tratara, comienza a imaginar lo que pudiera estar haciendo una persona a miles de km, como Coruña, en ese preciso instante.
Y se lo imaginó de tal forma que llegó a presentirlo:
estaba tomando un café mientras miraba por la ventana a la
gente que pasaba haciendo footing.
Era las 10 de la mañana del día 24 de septiembre.
A continuación, ya en el siguiente párrafo aparece en el interior de su casa, en Madrid.
Ahora hablando con un niño de unos 8 años que le pregunta:
¿ Qué es poesía ?
Como no estaba de humor le hace una especie de poema, y como no le convence termina diciendo:
" aunque no rime "
y no rimó.
Ni yo entendí qué había sucedido.
Al día siguiente me metí en una página social. Lo hacía de vez en cuando. Una página literaria.
No sé qué me llamó la atención.
Fué muy extraño todo lo que siguió. Ni siquiera lo recuerdo bien.
Recuerdo sólo que hubo un momento en que pregunté: ¿ Qué es poesía ?
Y no tuve respuesta
Entonces insistí: ¿ Qué es poesía ?
Y esta vez, sí.
" Es obvio que me doy cuenta de las cosas "
Fué la respuesta
Creo que ahí me dí cuenta de quién era.
Por supuesto sabía como era.
Y no debió de gustarle.
No le gustó.
Porque a pesar de todo lo ocurrido decidió dejarse crecer la barba.
EL RADIADOR DEL TÍO PACO
ResponderEliminarEn aquel glacial y desolado valle de la Comarca del Norte, el único habitante que poseía un radiador era el tío Paco. El resto de la escasa población, pastores, granjeros, contrabandistas y tratantes de ganado proclives al abigeato, en las noches más gélidas de los larguísimos inviernos trataban de acercarse a su casa en busca de un poco de calor. Pero, además de ser el único propietario de un radiador, el tío Paco también poseía la única escopeta de la comarca y un acendrado sentido de la propiedad privada, de modo que siempre ahuyentaba a tiros a aquella caterva de ateridos menesterosos. De ese modo, aquellos infelices adoptaron la costumbre de sobrevivir a las interminables noches blancas compartiendo sus pobres yacijas y el calor de sus cuerpos con el de los animales domésticos y, en el caso de los abigeos y contrabandistas, con algunas criaturas salvajes. Así, con el paso de los años, mientras el tío Paco continuaba disfrutando de su radiador, como resultado de la cohabitación de humanos y bestias, comenzaron a engrosar la población nuevas generaciones de seres híbridos: algunos con caprinas patas de fauno, otros con vacunas cornamentas en la frente, otros con alargadas cabezas equinas de húmedos ollares, y también, imprevistos vástagos de abigeos y contrabandistas, algunos con astutos ojillos y orejas de zorro o agresivas fauces de perro asilvestrado.
Un invierno, el más crudo de los últimos cien años, el más aguerrido de los pobladores, el hombre perro, intuyendo la provectisima edad del tío Paco y su consiguiente indefensión, propuso un último y desesperado intento de asalto a la casa y al anhelado radiador. Entre asombrados y envalentonados ante la ausencia de disparos, derribaron la puerta y se encontraron con el cuerpo momificado y cubierto de escarcha del celoso propietario abrazado a los carámbanos que cubrían el maldito radiador. Entonces, cundió el desconcierto entre los invasores y una cacofonía de quejumbrosos bramidos, relinchos, y aullidos, entreverados con las lamentaciones de los pocos humanos integrales que quedaban, atribuía aquel hecho a un castigo divino por la profanación del Sagrado Templo del tío Paco y su radiador.
Pero el racional hombre-zorro hizo prevalecer el sentido común, recordando a los circunstantes la caída, inadvertida para los demás, un par de semanas antes de un rayo justiciero sobre uno de los postes del tendido eléctrico de la cabaña del tío Paco. Y el hombre equino rompió el silencio supersticioso con un relincho, para proclamar solemnemente que a lo largo de los años, todos ellos habían sido unos estúpidos idolatras de la modernidad y del radiador del tío Paco, despreciando el sagrado fuego primigenio y benefactor, único y verdadero don de Dios.
Desde aquel entonces, en las noches de invierno, la variopinta población de aquel glacial y desolado valle de la Comarca del Norte deja transcurrir los años, celebrando sus alegres asambleas al calor de una brillante hoguera, entonando jubilosos canticos de voces humanas, con un contrapunto de melodiosos ladridos, relinchos y mugidos. Y antes de echarse a dormir al calor del fuego rezan para que jamás se restablezca el tendido eléctrico engullido por un glaciar junto con la cabaña y el radiador del tío Paco.
UNAS GAFAS DE MONTURA BLANCA
ResponderEliminarJuraría que había visto una mariposa. Se quitó las gafas.
La mariposa ya no estaba.
Perplejo, se quedó un rato examinando aquellas gafas de montura blanca, absolutamente inapropiadas para su edad, que, en el mercadillo de los martes, el gitano Melquiades el alquimista le había vendido a precio de ganga.
Volvió a ponérselas. La mariposa revoloteaba en torno a la luz de la bombilla.
Abandonó su cuarto y salió a la calle. No había mariposas. Presuroso, entre parduzcas cagadas de perro, grisáceos viejos decrépitos y oscuros inmigrantes de todas las razas recorrió las calles del barrio hasta la óptica más cercana.
Allí, le examinaron las gafas. Luego con toda clase de pantallas y visores exploraron sus ojos. Todo estaba correcto. Aliviado, regresó a casa.
Cuando entró en el cuarto, había dos mariposas.
Una de ellas posó las hermosas alas irisadas en su hombro.
Aunque sabía que ocurriría, suspiró cuando desaparecieron al quitarse las gafas.
Al día siguiente, cuando volvió de la consulta del neurólogo – “Nada anormal” – el cuarto estaba lleno de mariposas.
Tumbado en la cama al anochecer, sobre su cabeza se representó la más encantadora sinfonía silenciosa de movimiento y color que nunca había presenciado.
Con el alma y la retina inundadas por la belleza de aquellas infinitas trayectorias multicolores, se quitó las gafas. Entonces, antes de dormir el mejor sueño de su vida, resolvió que jamás saldría de su cuarto.
Ahora los niños dicen que el abuelo está chocho porque no quiere ir ni a la calle ni al parque, y se pasa el día en su cuarto agitando jubilosamente los brazos, como si dirigiera una orquesta sinfónica interpretando un ballet que solo él puede ver.
Además, no permite que nadie toque ni se acerque a sus nuevas gafas de montura blanca.
EL RADIADOR
ResponderEliminarLa primera vez que lo vi, caminaba hacia la parada del tranvía. No era muy grande, pero tampoco muy pequeño. Ademas tenia unas pequeñas ruedas, lo que facilitaba el poder moverlo de un lugar a otro. Era de un color entre gris y azul y destacaba en el escaparate entre aparatos de radio y molinillos de café.
Desde aquel momento no había dejado de pensar en ello. En lo bien que nos vendría aquel radiador eléctrico para pasar el invierno. Las bolsas de agua caliente, servían para calentar la cama a la noche, pero las habitaciones estaban frías y el radiador podría calentarlas.
El año pasado nos pudimos apañar de buenas maneras, pero este año con la niña era distinto. La otra noche la acostamos con nosotros y, casi de madrugada note un frio intenso. Ellas estaban perfectamente tapadas pero yo estaba tiritando en el borde de la cama. Me dio pena despertarlas así que sobre el pijama me puse el abrigo y me quede dormido mirando en silencio la quietud de sus placidas caras.
De hoy no pasaba. En la fabrica nos pagaban unos atrasos que nos debían hacia meses y con ese dinero compraría el radiador. Lo pondría a funcionar en cuanto llegase a casa, cuanto antes mejor. Esa noche dormiríamos mas cómodos.
Apenas sonó la sirena salí con prisa. No quería perder ni un minuto. La espera en la parada del tranvía y el trayecto hasta casa se me hicieron eternos. El dinero de los atrasos en el bolsillo tiraba de mi voluntad hacia la tienda.
Cuando llegué, me extraño no verlo en el escaparate. Entré apresurado mirando hacia todos lados tratando de encontrarlo. Cuando se acerco a mi mi el dependiente, solo fui capaz de decir “el radiador” con un hilo de voz que se negaba a salir de mi garganta.
Al rato, ya más calmado, pude entender lo que trataban de explicarme. El radiador se había vendido aquella misma tarde y no les quedaba otro. Tendría que esperar un par de semanas a que les llegase un pedido que habían hecho a Alemania.
Desalentado me eche a la calle tratando de encontrar otra tienda con otro radiador. Recorrí media ciudad sin éxito. Cuando las tiendas comenzaron a cerrar, me encamine solo, frio y abatido hacia casa. Sin darme cuenta me había alejado bastante de ella. Tuve que caminar aprisa para no llegar demasiado tarde. Por el camino fui pensando en una excusa para justificar la tardanza. Lo cierto es que no se me ocurría ninguna y pensé que lo mejor seria contar la verdad.
Según entre por la puerta oí su voz. “Que tarde vienes cariño. Te tengo una sorpresa. Como sabia que hoy cobrabas los atrasos he bajado a la tienda de la esquina y he comprado el radiador que tenían en el escaparate. ¿A que ha sido buena idea? Pero ¿Que te pasa? ¿Te estas mareando?”